Tristemente estamos acostumbrándonos a la deslegitimación mediante la mentira consciente e intencionada. Cuando el asunto se resuelva el mal ya estará hecho. Es la estrategia del “difama que ahí queda.” Por eso la sentencia absolutoria del juez Garzón, por declarar competente a la audiencia nacional para juzgar crímenes de la dictadura militar franquista, nos deja un sabor de boca dulzón e infecto.
El juez ya está fuera de combate con la sentencia del caso Gürtel, ratificada en un pleno extraordinario para evitar que la fecha fuera la del 23F, día de la sesión ordinaria en el que estaba prevista (el Supremo se dio cuenta de esta burla del destino, que hacía coincidir la fecha de tan duros ataques contra la democracia española). Por otra parte la atención internacional se centra precisamente en este juicio de los crímenes de la dictadura y su resultado. También aquí el Supremo se ha debido percatar de que estábamos dando la nota en exceso.
La advertencia para cualquier juez que se atreva a seguir los pasos de Garzón ya está bien clara. Se ha paralizado la investigación de los delitos de lesa humanidad perpetrados durante nuestra dictadura. Del estado español, no lo olvidemos, la que cuenta con el mérito de ciento catorce mil desaparecidos desde el comienzo de la guerra hasta 1975.
Nuestro Alto Tribunal admitió e hizo prosperar una querella, a propuesta de unas asociaciones (Falange Española, Libertad e Identidad y Manos Limpias) que no eran parte implicada y detentan una representatividad ciudadana tan escasa, como dudosa. Ninguneó a la parte implicada, las víctimas de la dictadura y sus legítimos herederos, tanto al impedirles su personación en el caso, como al encausar al juez que se había mostrado competente ante sus demandas. Y para colmo, con la ausencia del Ministerio Fiscal, que solicitaba el archivo de la causa.
¿Cómo nos vamos a alegrar? Tan solo respiramos aliviados por solidaridad con el juez.
El Tribunal Supremo ha invertido de manera tan descarada el papel de la justicia, que nos parece un intento de reinstaurar el viejo mecanismo del miedo: dejar claro a las víctimas que continuarán siéndolo y amedrentar a quienes tienen capacidad de dictar acciones que arrojen luz sobre nuestro pasado para que no se les ocurra hacerlo. Un pasado que se les escapa de las manos porque, a fuerza de taparlo, propician que los gases tóxicos emanados de su putrefacción, lo hagan reventar inevitablemente.
Para cambiar este mal gusto por otro, entre nostálgico y panfletario, ¡adolescente! para ser exactos, os dejo con esta tonada:
1 comentario:
A Eurovisión, y a canción de verano, que es pegadiza. Así les duela la memoria y la tarareen sus retoños en las verbenas¡¡¡ ¡Ea, yo estoy con Garzón... como el mundo entero...
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