3 de marzo de 2012

Los muertos no se tocan, nene



Dejé pasar la ocasión de ver en el cine Los muertos no se tocan, nene, así que he leído la novela, del mismo título, de Rafael Azcona en la que se basa. Decididamente, Azcona pensaba en imágenes cuando escribía, esta y sus otras obras como El verdugo, El cochecito o El pisito.
Un humor inteligente, ácido y crítico, está presente en el libro, desde la elección de los nombres de los protagonistas, pasando por los oficios y situaciones que se suceden, hasta el desenlace final.
Quien quiera conocer y entender la España de los años cincuenta se acercará a ella mejor desde novelas como esta, que desde la frialdad de los libros de historia.
Los estudios históricos, siendo necesarios, se quedan en la cáscara de la vida. Su forzosa objetivación, al plantar distancia y despersonalizar, iguala y reduce los hechos estudiados a simples datos. Acumulables, aprendibles, combinables ... y distantes.
Esta novela, por contra, nos estampa en la cotidianeidad, nos zambuye en la realidad. Con los méritos añadidos de no ser novela realista, que suele dar poco de sí, y de hacernos pasar un rato divertidísimo.
Azcona, con la genial discreción que le caracterizaba, nos lanza, como dice uno de los protagonistas cerrando el libro: Hacia la vida -aclaró. Y puntualizó modestamente-: Con minúscula.

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