28 de marzo de 2020

Simulacros


Una vieja bicicleta estática, tras años en un rincón de mi casa recordada tan solo por el trapo del polvo, que de cuando en cuando la visita, se ha convertido ahora en lugar frecuentado por quienes compartimos esta reclusión bajo el mismo techo.
¡No habré pensado veces deshacerme de ella! y todas, ¿quien sabe si por una oscura premonición? deseché mi propuesta.
Ahora ¿quién iba a imaginarlo? cada mañana me lleva a mi instituto y cada tarde hasta pueblos conocidos cuyo camino no sea muy empinado. Siento el viento en la cara, el olor de los pinos me asalta de vez en cuando al doblar una curva, y el frescor de los barrancos me abraza al cruzar los puentes.
Todo ello al lado de la ventana, mientras mis ojos contemplan los autobuses urbanos circulando vacíos con su ritmo monótono y los semáforos dan paso a peatones invisibles. ¡Simulacros!, puros simulacros, como la vieja bicicleta. Sin ruedas, sin dirección posible en su rígido manillar, sin luces ni timbre.
Siempre he amado el timbre de las bicicletas sobre cualquier otra de sus partes, incluso sobre ellas mismas, ¿cómo no va a ser un simulacro?
Y sin embargo, estos días me hace viajar y pensar.
Mantenga las rutinas habituales dentro de lo posible, vístase, arréglese, cuide los horarios, fije lugares de la casa para diferentes actividades …
Vivimos días simulados, que transcurren como si tuvieran ruedas y manillar que gira, como si tuvieran timbre.
Pero ¿quién iba a imaginarlo? lisiada, amputada, y convertida en maestra, en metáfora de la vida. Porque ahora veo con claridad que vivir es simular y poco más, darse cuenta de ello. Porque veo también que la diferencia entre hacer ejercicio cabalgando un trasto insulso y pasear por lugares amados, donde caras amigas nos sonríen al pasar, depende de nuestra fuerza para simular.
Un extraño sonido me hace salir del teclado, es el timbre de mi vieja bicicleta.