Para Leonor, Madalena, Marta y Rita

Hay
lugares que ejercen un magnetismo extraño, irracional y siempre
imprevisto, al cual sin embargo podemos resistir sin apenas esfuerzo,
siempre que estemos dispuestos a hacerlo. Ante ellos, el juego entre
causalidad y casualidad está en nuestras manos, y al jugarlo vamos
propiciando o estorbando la aparición de sucesos que, vividos desde
dentro, pueden resultarnos mágicos. Hace unos días jugué una de
estas deliciosas partidas que nos ofrece la vida, si queremos
aceptarlas.
El
restaurante Cerqueira resultó uno de esos ambiguos polos del azar.
Lo encontramos por pura casualidad dando un paseo, pero yo
inmediatamente me sentí atraído por él. Su aspecto no tiene nada
de especial, es un pequeño restaurante lisboeta situado en una zona
donde, por el momento, no llegan demasiados turistas y buena parte de
sus comensales parecían ser de la ciudad. Todavía era pronto para
cenar, así que proseguimos el paseo, pero al cabo de un rato las
ganas comenzaron a dar señales en nuestros estómagos y comenzamos a
fijarnos en el menú, los aromas y el público de los restaurantes
que salían a nuestro paso. Varios resultaban sugerentes, pero yo
propuse volver hasta el Cerqueira, sin saber por qué, y allí que
nos fuimos.
La
comida era buena y el ambiente relajado, sin bullicio ni
atosigamiento por parte del camarero, el señor Avelino, que resultó
ser también el dueño del local. Cuando ya habíamos acabado y
estábamos a punto de marchar, nos obsequió con unas copas de vinho
do Porto. Entonces la situación cambió por completo y la magia
surgió de improviso, como siempre.
Primero
una pareja que Clara había dibujado reparó en el dibujo por
indicación del señor Avelino, lo cual desencadenó la narración
por su parte de una insospechada historia. Luego, y mientras ello
sucedía, cuatro chicas jóvenes acudieron a tomar unas cervezas, y
con gran desparpajo se aproximaron a los dibujos de Clara. El diálogo
surgió de manera espontánea y acabamos los seis sentados en la
misma mesa hablando de la belleza, la ética, su relación, el
hedonismo, el cine portugués y mucho más, animados por la cerveza,
el moscatel y el Oporto, hasta que llegó la hora de cierre (y
también tras ella).

Una
psicóloga necesitada de filosofía, en proceso de creación de su
primer libro, una cineasta amante de Pedro Costa, Miguel Gomes y Luis
Buñuel, una ingeniera humanista que mira por encima de los procesos
mecánicos y una psiquiatra muy ética en busca de la belleza, junto
a nosotros dos, una artista y un diletante filósofo. Los seis,
aprendices de hedonistas, compusimos un encuentro mágico que ¿quién
sabe si está llamado a perdurar de algún modo?
Gracias
a las cuatro, a la pareja escondida bajo un disfraz de rana, como en
los cuentos infantiles, gracias a Avelino y a Ana María, motor
oculto del restaurante desde su cocina, y gracias a los hilos
benignos de los hados.
La
magia existió aquella noche porque nos dejamos envolver por ella,
sin oponerle resistencia. Ahora mis actos vuelven a enlazar con el
encuentro y, más allá de rememorarlo, lo ofrezco como una
posibilidad abierta al futuro, ese futuro que construimos nosotros
mismos a golpes de azar.