23 de noviembre de 2021

Machado, profesor de Filosofía

 

Estamos acostumbrados a oír hablar de Antonio Machado como poeta, que lo era y muy bueno, pero sigue habiendo algunos a quienes choca el considerarlo filósofo. Pues también lo era y nada malo. Pasa lo mismo con otros pensadores de su época, catalogados en los estantes de la literatura y, ¡para colmo!, poco leídos hoy, como Miguel de Unamuno.

Sigue habiendo demasiada necesidad de clasificaciones rígidas, de compartimentos estancos, como si hoy la adolescencia (esa época en que nuestra mente necesitaba pegar a cuanto nos rodeaba etiquetas claras y perennes, además de dividirlo todo en dos enormes grupos, el de lo blanco y el de lo negro) fuese etapa que perdura, una década tras otra, en la vida globalizada del siglo XXI.

Avanzando un poco más -aún a riesgo de dar un patinazo- os digo que Machado no solo fue interesante filósofo, sino también sorprendente profesor de filosofía. Leed, para convenceros, sus Cancioneros apócrifos de final de los años veinte. Por descontado que no era un profesor al uso, ¡afortunadamente!, como veréis en las clases de Retórica impartidas por un desdoblamiento suyo, magistralmente plasmado en Juan de Mairena, sentencias, donaires y recuerdos de un profesor apócrifo.

Como muestra, os dejo asistiendo a esta clase de Historia de la Filosofía incluida en Poesías de “Soledades”:

Pensar el mundo es como hacerlo nuevo
de la sombra o la nada, desustanciado y frío.
Bueno es pensar, decolorir el huevo
universal, sorberlo hasta el vacío.
Pensar: borrar primero y dibujar después,
y quien borrar no sabe camina en cuatro pies.
Una neblina opaca confunde toda cosa:
El monte, el mar, el pino, el pájaro, la rosa.
Pitágoras alarga a Cartesius la mano.
Es la extensión sustancia del universo humano.
Y sobre el lienzo blanco o la pizarra oscura
se pinta, en blanco o negro, la cifra o la figura.
Yo pienso. (Un hombre arroja una traíña al mar
y la saca vacía; no ha logrado pescar):
“No tiene el pensamiento traíñas sino amarras,
las cosas obedecen al peso de las garras”,
exclama, y luego dice: “Aunque las presas son,
lo mismo que las garras, pura figuración.”
Sobre la blanca arena aparece un caimán,
que muerde ahincadamente en el bronce de Kant.
Tus formas, tus principios y tus categorías,
redes que el mar escupe, enjutas y vacías.
Kratilo ha sonreído y arrugado Zenón
el ceño, adivinando a M. de Bergson.
Puedes coger cenizas del fuego heraclitano,
mas no apuñar la onda que fluye con tu mano.
Vuestras retortas, sabios, sólo destilan heces.
¡Oh machacad zurrapas en vuestros almireces!
Medir las vivas aguas del mundo…, ¡desvarío!
Entre las dos agujas de tu compás va el río.
La realidad es la vida fugaz, funambulesca,

el cigarrón voltario, el pez que nadie pesca.
Si quieres saber algo del mar, vuelve otra vez,
un poco pescador y un tanto pez.
En la barra del puerto bate la marejada
y todo el mar resuena como una carcajada.