29 de octubre de 2014

la memoria del corazón


Decía sí, tal vez fuera no, había que remontar el tiempo a través de una memoria en sombras, nada era seguro. La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris. Tienen, claro está, la memoria del corazón, que es la más segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga.

                                                                              Camus, El primer hombre



Las condiciones sociomateriales pesan al recordar, como lo hace la atmósfera, inadvertidamente, por ello no han de ser descuidadas por el estudioso.

La novedad, ruptura del transcurrir cotidiano, es alimento para la memoria, al dotarla de imprescindibles referencias. Si bien, no es menos cierto, que estas dependen en buena parte de nuestro modo de vivenciarlas (hay quien sufre lo extraordinario con la intensidad con que se lava las manos, y quien sabe construir novedad con lo que a la mayoría pasa inadvertido).

Esta memoria racional, parece oponerse a la memoria del corazón, emocional, ejemplificada en Proust. Sin embargo, la magdalena activa un pasado nítido, pleno de marcos referenciales en el corazón de Swann, lo que nos hace pensar que estas memorias se complementan.

Espacio necesario, correlato de cualquier vivencia y cuyo descubrimiento suele ser, a su vez, una vivencia, y tiempo interior, el de la construcción de nuestra realidad, especialmente cuanto más próximos al nacimiento, amueblan el corazón, incluso el gastado, construyendo recuerdo y olvido.

19 de octubre de 2014

el descuido de magdalena


Solemos admitir que el olfato es un sentido ligado a lo emocional, y la vista, por contra, ligada a lo racional. Y lo hacemos por inercia, la misma que nos tiene desacostumbrados a razonar la información olfativa, a expresarla de modo claro siquiera, mientras nos hace olvidar que la información visual no sólo es racional, o racionalizable, sino también emocional. Simplemente, recordemos el papel jugado por los colores que nos rodean en nuestros estados anímicos.

En el proceso de adaptación al medio de nuestra especie, resultaron muy eficaces la vista y el oído, la primera relacionada con la postura erguida, el segundo como parte imprescindible en el manejo simbólico de la realidad, mediante la lengua hablada. Tal vez sea esta la razón por la que el resto de nuestros sentidos ha pasado a un segundo plano.

La luz ha sido modelo, metáfora privilegiada empleada en religión, filosofía, poesía, arte y ciencias, como ha sido objeto de estudio científico. El sonido, que permite la música, y con ella la danza, ocupa un segundo lugar tanto en su empleo, como en su estudio. Nada de ello sucede con olfato, gusto y tacto, los grandes olvidados, fuera de su uso en la cultura cotidiana. Incluso seguimos manteniendo la vieja división aristotélica que los considera tres, aunque gusto y olfato están estrechamente enlazados, luego podrían ser tomados como uno, y el tacto, en cambio, que registra desde placer y dolor hasta temperatura, pasando por texturas y presiones, sigue considerándose uno.

Es esta falta de costumbre en su estudio lo que torna este trío en sentidos emocionales. Al carecer de término adecuados, de teorías construidas en torno suyo, o porque estas son muy jóvenes y todavía no han calado en los usos ordinarios de nuestras lenguas, quedan envueltos en un halo de irracionalización que resalta su aspecto emocional. Por contra, la abundancia de teorización, y con ella de palabras, alrededor de vista y oído nos hacen olvidar su poder de generación emocional, especialmente respecto a la primera. -¡Ay! una vez más el lenguaje como madre de nuestro mundo- Tan informativo y racional puede resultar uno de ellos como cualquiera del resto, lo mismo que emocionales son todos.

Se ha interpretado el pasaje de la magdalena de Swann desde su dimensión temporal, atentos al poder de la evocación sensorial sobre nuestra memoria y su capacidad de trasladarnos a otro tiempo, acompañados de un fuerte e imprevisto estado emocional. Se ha descuidado, sin embargo, la casa gris, la plaza, las calles y la ciudad entera, reaparecidos de pronto ante él, es decir, la detallada información espacial, tan necesaria como la temporal. Ligadas ambas en una memoria tan emocional como informativa, tan resultado del tiempo vivido, como de los espacios donde se vivió.





« … me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. … En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba … la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo ... y Combray entero y sus alrededores … »  
Proust, Por el camino de Swann

5 de octubre de 2014

Pasear y pasar


Cuando era joven y regresaba a mi pueblo, por la hoy carretera vieja, al comenzar las cerradas curvas que descienden hasta el valle, aparecía recortada contra el azul la silueta del Isasa conteniendo al castillo. Justo entonces, me agitaba por dentro, desde el fondo, y lo siguo haciendo, aunque con menor intensidad.
Cada vez con más frecuencia los paseos me descubren paisajes de mi infancia maltratados o borrados por un afán estúpido de novedad y por insensatez municipal entregada a obras electoralistas y proyectos pequeñofaraónicos; megalomanía de nuevo rico y tapado beneficio para oscuros intereses. Una bestia invisible muerde entonces mis entrañas a traición y parece llevarse en sus fauces una pequeña parte de mi; carne desnuda, sin piel siquiera, de los pasillos del alma. El encuentro ameno que nos hace habitable el espacio, se torna erial de tránsito, enlace vacío entre dos puntos, y el paseo se convierte en paso.
No es nostalgia del ayer, aunque su asuencia la despierte. La vida es cambio, pero el cambio requiere permanencia, y no tomamos conciencia del papel jugado por nuestros lugares en la construcción de lo que somos, hasta que alguien -humano, tiempo o destino- los arranca de improviso. Lugares tan poblados de personas como de objetos, de sonidos, aromas y sabores, necesarios para mantener nuestra identidad a lo largo del continuo paseo que es la vida. Su ausencia repentina parece convertir este paseo en un simple paso entre nacimiento y muerte, recorrido por un extraño.