16 de marzo de 2014

Nómadas


Comenzamos a ser nómadas cuando nuestras posaderas se acostumbraron a sentarse, día tras día, en la misma piedra, en el mismo ribazo, contemplando el mismo horizonte, que se hizo paisaje, familiar a fuerza de repetirse. Comodidad y costumbre provocaron el espejismo de la seguridad y la permanencia. El hábito, con su imperceptible mecanismo, nos hizo amarlo unido a cuanto alcanzaba nuestra vista. Pero igualmente despertó la rutina y fue avivando, en silencio, el deseo de horizontes nunca vistos. El miedo visceral ante la noche, la incomodidad de una cama improvisada, el camino inexistente abierto ante nosotros, son anhelos que modelan un sentimiento: nostalgia de provisoriedad.
La nostalgia no siempre es generada por la pérdida, a veces nace del deseo imposible e indeterminado y otras, como esta, es hija del olvido. Lo provisorio nunca ha dejado de acompañarnos, forma parte de nuestra condición. Por eso la ceguera del sedentarismo es consecuencia de la hibris, a la que ella misma nos empuja. Recordar nuestra condición nómada y abrazarla es antídoto contra la arrogancia desmedida, contra la amnesia que comenzó por la querencia miope de nuestras posaderas.
Hay una canción de Franco Battiato, que no se aleja de esta reflexión y que ha sido su fuente. Os dejo con un video de la primera vez que la cantó: