17 de septiembre de 2022

Alzar la voz

Hay ocasiones en que las circunstancias confluyen y parecen empujarnos en un dirección determinada, sin que sepamos si era el azar o la necesidad quien estaba detrás del empujón. Pero esta es cuestión diferente y hablaremos de ella en otro momento. El caso es que estaba buscando una vieja entrada en mi blog y he empezado a ver otras, todas ellas relacionadas con la economía y escritas entre el 2012 y el 2014. Mientras las repasaba ha sonado en una página musical que tenía abierta “Si se calla el cantor” interpretada por Mercedes Sosa y Horacio Guarany. Me he sentido entonces empujando no a cantar, que no se me da muy bien, la verdad, sino a levantar mi pequeña voz con palabras escritas ante la situación en que estamos y la que se avecina.

La guerra ruso-ucraniana está generando una situación económica cada vez más preocupante, no solo para Europa, sino para todo el planeta y especialmente para los más vulnerables. La Gran Recesión de 2008 sigue sin cerrar y a ella se unen las actuales circunstancias de inflación y carestía de los combustibles más empleados. Debemos tomar conciencia de que está lloviendo sobre mojado y que la situación económica, geopolítica y social va a empeorar, especialmente con la llegada del frío.

Es hora de despertar, de exigir a nuestros mandatarios medidas racionales y no parches en los que afloran las diferencias y los intereses de cada estado. No podemos permitir que el futuro inmediato nos sorprenda tan despistados como sucedió en 2008 con la Recesión y en 2020 con la pandemia.

¡Hora est iam de somno surgere!


 

30 de agosto de 2022

Caminos viejos


 Pues lo mismo es lo que puede pensarse y lo que puede ser                                                                                                                                      Parménides, Poema, fragmento 3.

Al identificar ser y pensar, este fragmento de Parménides encierra el máximo grado de grecocentrismo conocido, puesto que no se trata de cualquier modo de pensamiento, sino del propio de su cultura. Europa, hija de este padre, con rapidez transitó este camino, el de la verdad que reduce lo existente a cuanto alcanzan nuestras entendederas.

Podemos señalar a Parménides como iniciador de la lógica y la metafísica occidentales, pero no de la convicción que a ellas subyace: nuestro pensamiento, el del ser humano, puede desentrañar por sí mismo los secretos de la realidad. Aunque los fragmentos de pensadores anteriores no lo expliciten, es lo que de hecho están llevando a la práctica, es la convicción que mueve sus escritos.

En consecuencia, Parménides no inicia el camino de la metafísica, tan solo da un paso más, extrayendo los presupuestos implícitos en sus predecesores:

- si podemos conocer el cosmos empleando nuestra razón, entonces lo pensable coincidirá con lo real.

- y tirando un poco más del hilo ya tenemos el principio de identidad, el ser es y el no ser no es, y también el de no contradicción, lo que es no puede no ser.

Por si no queda claro, el poema nos advierte que el otro camino, el del error, está alfombrado de engaños y de sombras tan acogedoras como falsas. Añade también cuidados calificativos para quienes se decidan por él: solamente siendo bicéfalos, gentes de errática inteligencia, sordos y ciegos ante los dictados de la razón, podremos transitarlo de modo placentero.

El esencialismo griego quedaba servido y listo para ser perpetuado por los siglos.

Milenios después seguimos en le mismo camino, sin reconocer que la realidad es tan vasta que se nos escapa en su mayor parte; haciendo oídos sordos a las consecuencias del prejuicio esencialista para la acción humana y nuestra relación con todo medio.

Presos por la falsa dicotomía de los dos caminos, no nos atrevemos a ensayar senderos nuevos. Continuamos empeñados en buscar la moneda perdida bajo la luz de la farola; incapaces de dar un paso más allá y adentrarnos en la sombra, negamos que estas existan.

Si penetramos en la sombra descubriremos que la existencia de algo, de cualquier ser, no radica en esencia alguna, no es propiedad estática, sino que nace de su efectividad, de su capacidad para generar efectos, de forma directa o indirecta, por muy contradictorio que a la luz de nuestra razón griega resulte. Una fiera, una comida o un fenómeno natural tienen efectos inmediatos. Una idea, una creencia o un sueño no los producen de manera directa, pero sí a través de quienes las conocen, las defienden, aspiran a realizarlas y quedan influidos o bloqueados por ellas, luego son efectivas indirectamente.

Jankélévitch y Cencillo, por indicar tan solo dos viejos conocidos, dieron pasos en la sombras; el primero desde la música y la ética; el segundo desde la psicología y los mitos.

“Criterio decisivo para juzgar de la objetividad real de lo que se manifiesta no es su «sustancialidad física», ni su perceptibilidad sensorial, sino su eficacia al incidir en los procesos práxicos y el modo específico de ejercerla.”

                                                                                                         Cencillo Los sueños, factor terápico

Cuán diferentes serían la experiencia sensible cotidiana, las artes (su construcción y su aprendizaje), nuestros conocimientos, nuestra ciencia y sus aplicaciones tecnológicas (si de tales siguiésemos hablando). Qué diferentes, sobre todo, nuestras relaciones personales, sociales, jurídicas y la relación con nuestro entorno todo, con el planeta, si fuéramos capaces de abandonar los viejos caminos de Parménides.

4 de agosto de 2022

El secreto de la diosa

 


Y la diosa me recibió benévola, tomó mi mano derecha entre la suya y me habló con estas palabras:

Oh joven que en compañía de inmortales aurigas

y las yeguas que te transportan, llegas hasta nuestra morada,

¡bienvenido!, pues no es un hado funesto quien te ha empujado a andar

por este camino, que está fuera del pisado sendero de los hombres,

sino Temis y Diké.

Y ahora es necesario que te enteres de todo:”

                                                                                            Parménides, Proemio del Poema.

Temis es una de las titánides, hija de Gea y Urano, que representa las leyes eternas y la justicia, como atestiguan sus representaciones con una balanza en la mano. Sin embargo, este relato de Hesíodo probablemente simplifica una divinidad telúrica más arcaica, rectora de los ciclos naturales del año, es decir, la representación de la ley natural del universo.

Temis fue la segunda esposa de Zeus, con el cual generó a las Horas, en las que se produce un similar desplazamiento de funciones. Así, inicialmente las Horas gobernaban los ciclos naturales de las estaciones, pero gradualmente su control de la naturaleza fue pasando al de la sociedad y ellas se desdoblaron en tres: Eunomía, Diké e Irene.

Diké es la personificación de la justicia humana, la que ha de triunfar entre los ciudadanos y en el estado. Eunomía, su hermana, representa el buen orden, la ley rectora de la sociedad. Irene es la paz, la cual no es posible sin sus hermanas la ley y la justicia.

En época de Parménides la visión de Temis como divinidad del derecho era la que se había impuesto, pero la diosa a cuya morada es conducido parece haber guiado sus pasos fuera del camino trillado. De este modo, se enlazarían las reglas de la madre tierra con las de la sociedad humana gracias a su hija Diké, la cual articula la relación de las tres hermanas: si no se aplica la ley debidamente en cada caso, no habrá paz en la polis.

El comienzo del Poema, que aparenta una introducción trasnochada, revela una verdad profunda: la conexión entre el orden telúrico y el político, entre la ley natural, propia de la tierra sustentante con sus ciclos, y la humana, con su debida aplicación de la ley en la polis.

Mirando al pasado comprobamos cómo sucesos naturales, especialmente cuando han sido desastrosos, han generado migraciones, causado guerras, derribado gobiernos, cambiado las leyes y el modo de pensar la sociedad. Del mismo modo, las sociedades humanas vienen impactando en el planeta de manera creciente; especialmente la nuestra, cada vez más injusta y global, está destruyendo el equilibrio natural del planeta y siendo factor decisivo del cambio climático.

Antes que a Parménides, la ignota diosa parece dirigirse a nosotros:

Y ahora es necesario que te enteres de todo.

25 de junio de 2022

Contacto inesperado

 


Vivimos dentro de un traje de buzo, es nuestro modo de habitar lo existente, de ser lo que somos.

Es la cultura, un enorme preservativo que, a pesar de su gran finura en ciertas zonas, impide el contacto directo con el exterior, necesario y básico.

Periódicamente debemos salir de la escafandra y posar nuestros pies desnudos sobre el suelo en que, indirectamente, nos apoyamos.

Contacto más nutriente cuanto más inesperado: la noche estrellada al salir de casa; un paseo en el que, de pronto, estamos solos; el olor de los pinos o de las higueras cuando no están a la vista, de la tierra mojada cuando no hay tormenta; los pies sorprendidos por el agua de la orilla; y, sobre todo, el mar. Sonido rítmico pero siempre distinto, inmensidad inabarcable, continuos cambios de color y forma, olor a sal, espuma, metal y algas.

Si no se espera lo inesperado, no se lo hallará, dado lo inhallable y difícil de acceder que es. Heráclito

1 de junio de 2022

Malos testigos

Estamos preparados para procesar los sonidos exteriores, mejor dicho, los que llegan a través de las orejas. Gracias a ellas, que son dos y están opuestas, localizamos fácilmente dirección, sentido y distancia de cuanto las impacta.

Bien distinto sucede cuando el sonido llega a través de los huesos y la piel: inquietante, misterioso y ubicuo; desconocido su origen.

Los sonidos que recibo tumbado en la playa, mis ojos cerrados, mi cabeza apoyada en la arena, son de este segundo grupo.

Me aíslan del mundo y me pegan a la tierra.

Son música para mi vientre.

Malos testigos son para los hombres los ojos y los oídos cuando tienen almas bárbaras. Heráclito


14 de mayo de 2022

Heráclito


 

El mar es fuego, sonido el uno y visión el otro, aunque ambos puedan escucharse y verse. Inconfundible a pesar de las irrepetibles diferencias con que se nos ofrece. Siempre cambiante y siempre el mismo.

Cerca de la orilla, en parajes apenas manchados por el ruido humano, abrazado por el fuego del sol cierro los ojos y desaparezco, para renacer más joven y más viejo a la vez.

Creo comprender a Heráclito, aunque el quisiera decir, ¿qué importa?, otra cosa.

Para las almas la muerte es convertirse en agua; para el agua la muerte es convertirse en tierra. Pero de la tierra proviene el agua, y del agua el alma.

8 de abril de 2022

Enseñanzas del presente

 


El tema de la IX Olimpiada de Filosofía de Aragón que ahora se cierra es “transhumanismo ¿mejora o fin de la especie humana?” Cientos de alumnos y sus profesores, como aprendices de filósofos que somos -siempre se es aprendiz de filósofo si uno se esfuerza un poco- debemos estar atentos al presente con los oídos abiertos para escuchar sus enseñanzas.

Quiero detenerme en dos sucesos nos han enseñado no poco. El primero es la pandemia causada por el covid-19, que nos ha mostrado lo inseguro e incierto de todo futuro, especialmente del que damos por supuesto sin enterarnos de ello siquiera, por eso mismo resulta básico en el día a día. El que está constituido por lo que Ortega llamó creencias. Pero también nos ha enseñado el valor de la resistencia, la paciencia y el empeño, necesarias para no hundirse y poder llevar adelante lo que las circunstancias parecen querer arruinar. Así, por ejemplo, en dos mil veinte a pesar del confinamiento celebramos la VII Olimpiada, y el dos mil veintiuno la VIII, aunque hubo de hacerse completamente virtual.

El segundo suceso del presente es la invasión rusa de Ucrania, con el recrudecimiento de la larvada guerra ruso-ucraniana iniciada en el dos mil catorce. Esta invasión muestra a las claras lo engañosas que siempre son las apariencias, pues lo que se predecía como una rápida invasión está durando ya más de mes y medio durante el cual el león ha sido incapaz de cazar al ratón. La causa de esta sorpresa en buena parte está en el poder de la convicción, de los ideales, frente a la inercia de la obligación y el miedo. También enseña que la muerte puede encararse sin miedo al estar al servicio de un ideal.

Traslademos estas lecciones a la temática del transhumanismo, cuya espina dorsal se articula buscando la mejora de la especie humana mediante la tecnología. De entrada hay que preguntarse ¿en qué consiste mejorar la especie? Pues la respuesta decide cualquier acción transhumanista que, de lo contrario, son palos de ciego. ¿Se trata de vivir más años?, ¿de evitar enfermedades?, en suma, ¿de evitar la muerte?

Guerra y pandemia nos dicen, alto y claro, que lo previsto siempre es incierto y provisional, que lo mecánico no tiene más fuerza que la decisión, el empeño, la fe en ideales y valores. Enseñan que la muerte es sorpresiva e inevitable, pero adquiere sentido gracias a la vida, y si esta consiste en huir de la muerte, le estamos regalando la partida. Y que el mayor sufrimiento de la especie humana es causado siempre por el propio ser humano.

Estemos atentos al presente, los ojos y oídos bien abiertos, para escuchar lo que nos enseña, pues solamente así podremos construir un futuro pleno de sentido.

15 de enero de 2022

Funkos, Warhammers y Churingas

 

Lo primero que hizo una amiga, a la que visité el otro día, fue enseñarme las figuritas de Los Ramones que ha puesto en su salón. Les ha dado un lugar de honor en la librería, justo encima de las novelas negras nórdicas, muy queridas para ella. Al verlos, vinieron a mi cabeza los muñequitos de la Guerra de las galaxias (Star Wars, para los que aún no tienen una cierta edad) que un sobrino joven tiene en su cuarto, también en un lugar resaltado, y desde entonces he prestado atención a este fenómeno de las figuras, a primera vista infantiles, en manos adultas.

Cuando vemos objetos similares en manos de los niños la explicación es sencilla, se trata de muñecos con los que repetir las acciones de los personajes que han visto en dibujos animados, series, películas y tebeos, de los cuales suelen nacer. Son juguetes, y como tales son queridos, empleados, cuidados y maltratados por unos jugadores que, con el paso del tiempo, los terminan olvidando hasta que un buen día la sorpresa surge al ordenar un trastero, al abrir cajones que llevaban años cerrados, o al subir al desván de la casa del pueblo. Nadie se sorprende de estos juegos que todos hemos practicado en la infancia, en los cuales los muñecos ocupaban un lugar privilegiado.

He descubierto que mi amiga y mi sobrino no son casos excepcionales, sino bastante más frecuentes de lo que podía imaginar. Existe todo un mundo, y un lucrativo negocio en torno a él, de figuras fijas y de figuras de acción (por cierto, el nombre es una pésima designación, pues se refiere a figuras articuladas; la acción no depende de la figura, sino de la imaginación del usuario, por eso los niños siempre han realizado mil acciones con figuras fijas, con pedazos de madera o con cualquier objeto). Suelen ser conocidas por los nombres de la empresa que inició su comercialización, como Funko o Warhammer, y no son juguetes, aunque también lo sean, pero no interesan en cuanto tales, sino en cuanto figuras de colección dirigidas a adultos. No son empleadas para jugar, ni tan solo como elemento decorativo, y sospecho hay algo más tras ellas.

Estas figuras de variopintos personajes, desde la Guerra de la galaxias, Harry Potter, El Señor de los Anillos, superhéroes norteamericanos, mangas y animes japoneses, hasta actores, cantantes y grupos musicales, ocupan un lugar preferente en la casa de sus dueños, o en su habitación, casa dentro de la casa familiar de quienes carecen de una propia. Con frecuencia se les presta una iluminación especial con algún pequeño foco dirigido hacia ellas o con una lampara. Lo más importante es que su visión tranquiliza, hace sentirse a gusto, en el hogar, a sus dueños. Infunden ánimo y reconfortan, como si en ellos estuviesen contenidas fuerzas arcanas, míticas, transmisibles por su sola presencia en la casa.

No he podido dejar de pensar en los dioses romanos de la casa, que eran de tres tipos: lares, manes y penates. Todos ellos eran pequeñas figuras protectoras del hogar, de cada individuo miembro de la familia y de las despensas domésticas. Los lares eran encarnación de verdaderas divinidades domésticas, los manes más bien del espíritu de los antepasados y los penates estaban más próximos a los genios. Las dos primeras ocupaban un lugar privilegiado y muy visible en las casas, las terceras en despensas y almacenes (e incluso en edificios públicos, pues acabaron convirtiéndose en dioses protectores de una ciudad entera).


Lo más significativo es que tales figuras-dioses formaban parte de una religiosidad privada bien diferente de la religión oficial pública, y que sin ellos nadie se sentía en casa, arropado y a gusto. Daba igual la condición social y económica de dicha casa, sus lares y sus manes resultaban necesarios para la familia que en ella habitaba, y podemos afirmar que eran constructores de hogar.

Mirando aún más lejos, la función de estas figuras latinas es equivalente a la del Churinga en el Paleolítico. Esta figura en forma de rombo de madera, óvalo, prisma o rectángulo lítico, materializaba y prolongaba la presencia de los antepasados y los héroes celestes para la tribu, infundiéndole ánimo y reconfortando a sus miembros.

Todo ello aviva mi vieja sospecha de que seguimos viviendo en el mito y en sus prácticas rituales, aunque desconociéndolo. Por supuesto, rituales adecuados a un mundo global en el que el beneficio económico se mezcla con las prácticas sociales tanto públicas como privadas, y en el cual lo que llamamos racionalidad resulta una práctica demasiado intermitente.


8 de enero de 2022

Año nuevo, rituales antiguos

 

Hace unos días, incluí entre las prendas que no suelo enseñar en público una de color rojo; comí apresurado doce uvas al ritmo de doce campanadas; brindé con cava y luego expresé mis deseos de felicidad para el nuevo año. He oído que en otros lugares comen lentejas, pasean con una maleta, rompen platos, se regalan galletitas y mil otras acciones tan extrañas como las nuestras. Todas ellas apuntan al mismo fin, atraer la buena suerte para los trescientos sesenta y cinco días siguientes. Son costumbres supersticiosas, de las practicadas para atraer algún tipo de bien. Como solemos creer a la vez que si no las realizamos, los males y las desgracias caerán sobre nosotros, las podemos considerar rituales apotropaicos, es decir, los que se practican para alejar los males.

Somos parte de una cultura en la cual lo probado científicamente resulta más seguro que la palabrita del niño Jesús. Nos autodesignamos sociedad del conocimiento, por supuesto del nacido de la ciencia, ¡el único seguro! Sin embargo, en esta sociedad los rituales ancestrales siguen tan vivos como siempre lo han estado desde tiempos paleolíticos. Hay una diferencia, entonces eran abiertos y tenían un sentido claro para sus practicantes, mientras que ahora, bien han de ser practicados a escondidas, pues ¿quién quiere aparecer como supersticioso ante los demás?, bien han sido integrados en los usos sociales, siempre que muevan la maquinaria económica y aporten cohesión afectivo-social o de clase.

El hombre del Paleolítico, el hombre tribal previo a la aparición de las primeras civilizaciones arcaicas, no basaba su vida en conocimientos abstractos, sino en los sucesos, ligados siempre al territorio que habitaba. su espacio estaba poblado de espíritus, con frecuencia dispuestos a encarnarse, y transido de fuerzas mágicas cuyo signo era siempre ambivalente. Por ello sus rituales buscaban tanto aplacar el peligro que podían suponer, como propiciar su favor.

Hoy, en cambio, nuestro entorno se ha desarraigado espacial y afectivamente, se ha hecho abstracto y, de ese modo, objeto de estudio y de enseñanza. Estamos tan atentos a su total colonización, armados de conceptos siempre transmisibles de modo teórico, que ni siquiera caemos en la cuenta de nuestros rituales. Son amortiguadores necesarios ante una realidad demasiado ardua, demasiado fría y estéril para la vida cotidiana, la de puertas adentro de uno mismo y la compartida con el entorno cercano. Prácticas que denuncian el gélido espacio geometrizado en el cual nos hemos ido encerrando, y se burlan de sus estrechos márgenes, en los que no podemos ser humanos.

La ausente raíz de nuestra especie rebrota en estos rituales, nuevos en sus formas, antiguos en su fondo (apotropaicos y propiciatorios como los paleolíticos), que siguen practicándose de un modo vivo, casi desesperado, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo.