20 de febrero de 2013

Bestias del sur salvaje


El primer largometraje de Benh Zeitlin resultará extraño, incluso incómodo, al espectador globalmente correcto, porque plantea una diferente manera de enfrentar el mundo y la vida cotidiana, alejada de los domesticados relatos que saturan nuestros cines. Forzadamente podría incluirse dentro del género de películas sobre catástrofes, mas la crudeza de su historia y la naturalidad con la cual es encajada por sus protagonistas, la hacen escapar de los esquemas de estos dramas. Por otro lado, el trabajo de unos actores no profesionales, especialmente el de la niña que interpreta la protagonista, le aporta una frescura inusual.
Paso por alto algunos pensamientos en off, demasiado ecointelectuales, que adolecen de un exceso de racionalización, sobre todo para una niña pequeña, y me quedo con las breves descripciones de su mundo, realizadas con unas poderosas imágenes, bien hermanadas con la música. Imágenes que narran una historia de amor y apego al espacio, convertido en el verdadero centro de la historia. Fuente de sustento, de comunicación, de crecimiento y articulación de la vida entera, una vida en construcción, como la de Hushpuppy, así se llama la protagonista.
El universo espacial de “La Bañera”, en los bayous de Louisiana, construye una historia -la de una niña de seis años- tan dura como hermosa, alejada de estereotipos habituales, pero que ha de hacernos reflexionar sobre nuestra ligazón con el espacio poblado, tan desapercibida casi siempre.
Espacios dotados de una poética incomparablemente más intensa que la de Bachelard, porque son vividos y habitados voluntariamente hasta las últimas consecuencias, incluida la de ser efímeros.
He visto en la película un caso práctico de las ideas de Tetsuro Watsuji y su Antropología del espacio, donde se rompe con la hegemonía de lo temporal a la hora de explicar al ser humano, proponiendo que somos espacio.
Un cuento filosófico, imprescindible, para ilustrar mejor la comprensión de lo que somos.

11 de febrero de 2013

Paso al cerco hermético


Me he enterado esta mañana de que Eugenio Trías murió ayer, que abandonó el límite del aparecer para ocupar el cerco que se repliega en sí mismo, pero del cual los vivos hablamos.
Para mí su nombre está unido con Hitchcock y su Vértigo, desde que leí Lo bello y lo siniestro, tan unido como está con la Lógica del límite y un encuentro personal en Zaragoza. Los entonces miembros de Seminario interprovincial de Filosofía habíamos estudiado su reciente obra y le pedimos que acudiera y nos hablará sobre ella. Debía ser el año 1993, y el encuentro fue coronado con una cena donde debatimos apasionadamente sobre limes, cercos, cine y política.
Ganador del premio Nietzsche, seguiremos hablando de uno de los más serios y profundos intentos de pensar la realidad y la filosofía desde nuestra lengua.