2 de marzo de 2017

(y los demás)

Hay una frontera muy fina, demasiado fina, entre ocuparse de los seres queridos y ser fagocitado por ellos. María (y los demás) de Nely Reguera, se ocupa de este complejo asunto, con buenas intenciones e irregulares resultados, pero con el as de su protagonista, Barbara Lennie.
Ocuparse de los demás no es bueno, es necesario. Mas ha de hacerse siempre con un límite, el de uno mismo. Amar al prójimo supone respetarse, ocuparse de sí, para poder hacerlo de otros. Es preciso decir no, negarse a transigir siempre, a dejar que prevalezca el punto de vista del otro, sin expresar el nuestro, sin exigir lo que nos corresponde. De lo contrario, cuando un día dejemos de ser necesarios para nuestros próximos, como le ocurre a María, la frustración y el vacío serán inevitables. Conductas infantiles tratarán de restaurar lo perdido, con enfados y desplazamientos del deseo, que seguiremos sin expresar. Aparentando, como la zorra, que las uvas no están maduras y generando una agresividad que castigará, antes que a nadie, a nosotros mismos.
Bárbara Lennie, María, consigue trnasmitirnos todo ello con sus ojos, su rostro y la caricia de su voz, adueñándose de la película.
El final de María apuesta por emprender el camino de la imposible solución a esta complicada paradoja, de la que nos habló Jankélévitch: para amar hay que ser; amar al otro exige amarme también a mí.