29 de abril de 2015

Foucault en el Guadalquivir


El brillo de una pulida calva atrajo mi mirada, gafas rectangulares, cuello alto, maqueado como de costumbre, estaba tomando un vino de naranja en el ambigú. Pedí lo mismo y me acerqué con intención de entablar conversación, ¡no podía dejar pasar la ocasión!
Hablamos del poder, no podía ser de otro modo, de su tentacular polimorfismo y de lo bien plasmado que estaba en la película. Ese oscuro tejido cubierto del polvo gris de cuarenta años de dictadura. Es cierto que la precedía largamente, pero también que su aspecto resultaba más mugriento tras ella. así en las relaciones hiladas a las orillas del Guadalquivir, tan castigadas por el rostro más identificable del poder, el de la fuerza bruta que sustentó la nueva autoridad, mercenaria y fascista, venida desde África.
-¡Un par de vinos más! por favor.
Y del poder pequeño, instalado en lo cotidiano: del miedo de las mujeres a sus propios maridos, que las lleva a mantener en secreto la declaración a los policías, pues sospechan de quienes comparten casa y cama con ellas.
 
Animados por otros dos vinos más hablamos del pueblo, sus tierras, ¡tan hermosas desde el aire! y de los oscuros vínculos tejidos en ellas por los señoritos de siempre; de nuevos señoritos que compran las cosechas producidas por el sudor ajeno a un precio abusivo, seguros de que será aceptado como último asidero para seguir malviviendo por quienes les odian y reverencian a la vez.
También de esos nuevos dominadores, que nacen a su sombra, como esas plantas que se aprovechan del manto preparado por los árboles; vampiros de la necesidad ajena, hija de la falta de horizontes y del deseo de escapar hacia una nueva vida. Explotadores sexuales de jóvenes ingenuas, que son el desencadenante de la trama de la película.
De quienes tratan de salir del juego mercando con drogas y construyen un nuevo círculo que, inevitablemente, forma intersecciones con los otros juegos de poder: guardia civil, policía, señoritos, intermediarios y proxenetas chantajistas.
Terciopelo Azul y sobre todo Twin Peaks desfilaron ante las pupilas de nuestra memoria. 
¡Que grande Lynch! exclamamos, y pedimos otras dos copitas de vino de naranja.
Discutimos sobre si el pájaro y el caballo eran más lynchianos o europeos, tirando a Buñuel; si el peinado del policía reciclado de la político-social era demasiado tópico o si lo perdonábamos por lo bien que le sentaba.


Alzamos las espadas porque la persecución nocturna por los canales entre el chrysler del policía y el dyane 6 del asesino para mí fue una pequeña maravilla, mas para él nada tenía que hacer ante las persecuciones de coches que rueda Hollywood. Así que pedimos otros dos y brindamos por las fidelidades y traiciones de la pareja de policías. Uno mujeriego, mentiroso, facha engominado y heredero del hacer de la dictadura. El otro, ejemplo de los nuevos modos, ha pactado con la prensa amarilla y se ha mostrado brutal al tratar con sospechosos. Los dos llevan un bigote muy parecido.
Otro vino más y la isla comenzó a transformarse en barco mínimo.