25 de enero de 2014

El prado que llora


He revisitado El polvo del tiempo, la última parte de la gran película-rio filmada por Theo Angelopoulos. Es la segunda parte de una trilogía, El prado que llora, inacabada y poco difundida en nuestras Españas, donde parece que este director no ha hecho sino La mirada de Ulises. En ella repasa el dramático siglo veinte, tan pleno de lágrimas y de olvidos. Sirvan las palabras del sueño relatado por uno de los personajes como homenaje y recuerdo para nuestra engreída y desmemoriada cultura:
«En cada brizna de hierba había una gota de rocio que caía sobre la tierra húmeda de vez en cuando, “ese prado -dijo el viejo- es el nacimiento del rio”. Pasaste la mano sobre la hierba húmeda y cuando la levantaste, algunas gotas rodaron hacia abajo sobre la tierra, como lágrimas.»

12 de enero de 2014

La marca "hispánica"


No aguanto más los sermones referidos a la necesidad de cuidar y potenciar la marca España como medio importante en la salida de la crisis. En realidad no es sino otra estrategia para el engaño social a la que nuestros políticos recurren cuando no tienen otras cortinas de humo a mano. Lo mismo para acallar críticas fundamentadas, pues perjudican nuestra marca en el extranjero, que para justificar la creciente explotación laboral y social, pues hemos de ser una marca competitiva (dicho sea, baratita).
Capítulo aparte merecen las consideraciones patrióticas de todo signo. Que si España, esa entidad grande, libre y una, resulta ultrajada, devaluándola hasta la vulgaridad de marca comercial. Que si la idea está cargada de centralismo político, y en su lugar debería haber tantas marcas como identidades histéricas hay en la península.
De la marca España, no veo el problema urgente en “España”, sino en la “marca”. Estamos ante otra de esas palabras -expresión en este caso- que son un paso más en la construcción de una realidad aplastante desde la economía de mercado. Y contra esta dictadura mal disimulada, que nos contamina con una continua inoculación de jerga económicista, deberíamos estar luchando sin fatiga.
El colmo de esta perversión de la realidad es que se está haciendo tan zaborreramente y con tal miopía respecto a su inoportunidad, que la imagen de nuestra marca "España” a la vista de las noticias internacionales que protagonizamos día tras día, es sinónimo de fraude, chapuza, estafa y abuso. Vamos, ¡una marca de calidad!

5 de enero de 2014

Kierkegaard en Roma


No es difícil encontrarse con filósofos difuntos en el cine, en la oscuridad de las salas se sienten más a gusto que en las aulas donde se les venera. Esta semana sorprendí a Kierkegaard atusándose el pelo ensimismado, mientras contemplaba La gran belleza.
No había leído, ni me había comentado ningún amigo nada sobre ella, pero el afiche de la película me atraía sin yo saber la causa y me alegré de haberme dejado llevar por él.

Paolo Sorrentino, el director, ha sido valiente atreviéndose a ir más allá de Roma y La dolce vita, rindiéndoles un auténtico homenaje con su película. Fellini está presente pero, a diferencia de los remakes que suelen dejar en ridículo a su director, es Sorrentino quien firma con voz propia la obra.

Son varias las lecturas que pueden hacerse de este canto a la hermosura, pero la presencia de Soren en la sala me obliga a contaros esta.

Entre otras muchas, se trata de una alabanza y un funeral del modo de vida estético. Jep Gambardella es don Juan, el prototipo de esta vida, preocupado por alcanzar y mantener una belleza sensible y sensual representada en el cuerpo de la mujer y en la ciudad de Roma. Apegado al placer sensible de cada conquista particular, condenada de antemano a ser efímera. Es el estadio de una belleza que, como la nada (de la cual nos habla Jep) es pura pose fugaz, que se escapa entre los dedos dejando un poso amargo.

En una secuencia Jep parece querer dejar de ser don Juan para ser un marido, es decir, para saltar a una vida situada en el estadio ético. Su relación con Ramona, su intención de volver a escribir y las lágrimas que en el funeral derrama (por su propia vida, no por el difunto), parecen convencernos de que ha llegado a la desesperación de quien no sabe sino esperar, pero es consciente a la vez de que nada llegará. Sin embrago, el paso no se produce y el continuo giro sobre un hermoso vacío se perpetúa.

El estadio religioso ha sido desterrado por la propia iglesia, como criticó el viejo Soren a la jerarquía danesa y nos muestra Sorrentino mediante un acertadísimo cardenal romano, preocupado por la gastronomía y su condición de papable, y el continuo desfile de monjas de toda calaña.

Y sin embargo, lo tremendo, lo que nos hace empatizar con el contenido de la película, aunque no nos identifiquemos con tal desfile de bellas fatuidades, es su condición de metáfora y resumen de la vieja Europa, de occidente entero. El patético faunario de viejos resistiéndose a envejecer y a mudar, refugiados en la perpetuación egocéntrica del vacío, somos nosotros, quienes ocupamos las butacas. Por eso Kierkegaard se atusaba continuamente el pelo, para distraer las lágrimas de sus ojos.