22 de noviembre de 2014

Enigmático transcurrir


Con frecuencia he creído entender significados que la perspectiva de los años me ha mostrado bien distintos. He caído en la cuenta de que la vivencia propia, en primera persona, arroja una luz a la comprensión que nadie, salvo ella misma, puede conceder. El tiempo y su transcurrir, enigmáticamente desigual a lo largo de la vida, pertenece a estos significados huérfanos de maduración.
Vladimir Jankélévitch me enseñó que la novedad del instante, bisagra del presente, construye el fluir temporal humano. Pero ha sido este mismo fluir el maestro que ha logrado hacerme articular informaciones prestadas y vivencias propias.
Es la novedad quien construye mi vida y la hace mía, mi biografía. Mas toda novedad depende, en primer lugar, de quien la vive, y la vida de la infancia es tan menesterosa como insaciable de experiencias. Un torrente casi continuo de novedad nutría mi construcción, y ni siquiera mis juegos preferidos, mis canciones familiares, o mis meriendas favoritas, lograban trazar una sombra de monotonía en el transcurrir de días largos, hechos de instantes fugaces. El tiempo resultaba, incomprensiblemente, tan grande en la espera de lo anhelado, como diminuto en las actividades que me ocupaban. Incluso las horas de hastío (acompañadas de moscas machadianas) eran largas no por su transcurrir mismo, sino por la tardanza del futuro deseado, que solía ser -con frecuencia- hacerme mayor.
La monotonía y el aburrimiento tan sólo han sido posibles al crecer, cuando por fin me he hecho adulto y he invertido la relación (aún no se cómo): ahora la sucesión de instantes resulta insoportablemente alargada, y sin embargo, al mirar atrás, me sorprenden los años transcurridos. La luz se encendió cuando me convertí en trabajador, no solo de los meses del verano, sino continuado, y un día “el calor, el hastío, la fatiga le revelaban su maldición, la del trabajo estúpido que daba ganas de llorar, cuya monotonía interminable consigue hacer que los días sean demasiado largos y la vida demasiado corta.” (Camus: el tercer hombre).
Me explico así porqué cuanto más cerca de mi niñez el tiempo se estiraba, preñado de largas semanas e inmensos años, y cuanto más próximo a mi adultez (e incluso ya a la vejez) más se me encoge.
El viajar me lo confirma: cuando viajo a un lugar nuevo, aunque sea tan sólo por una semana, los días son fugaces, plenos de novedad y carentes de aburrimiento. Pocos días después del regreso aquella semana se me antoja un período dilatadísimo, como si el viaje hubiera durado meses. Sin embargo, si esa misma semana la empleo en hacer apenas nada, los días monótonos se alargan, empapados de un tedio taciturno, y cuando vuelvo la vista me parece que comenzó ayer mismo.
Primo Levi y Victor Frankl vivieron semanas fugaces compuestas por días interminables. Cada jornada, monótona, indiferente e indiferenciada, reducida a continua lucha por la supervivencia, carecía para ellos de novedad alguna y, en consecuencia, era como si no transcurriese. Estas vivencias experimentadas dentro del espacio vacío, inhabitable, de los campos de exterminio, muestran un helador extremo del transcurrir temporal: la cristalización del presente, donde ni siquiera cabe el tedio. Porque la falta completa de futuro no daba lugar al aburrimiento, sino que dejaba paso, bien a una absoluta desolación, como sucedía a los “musulmanes”, bien a una obstinada y mecánica supervivencia.
Me desazona, sobre todo, barruntar que este extremo puede darse, aunque de una forma amable, en la vida de cualquiera; en la tuya y en la mía.
          Atención entre 1,27 y 2 minutos.

10 de noviembre de 2014

... como se ceba un ganso


En la clase del señor Germain, por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir. En otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero un poco como se ceba a un ganso. Les presentaban un alimento ya preparado rogándoles que tuvieran a bien tragarlo. En la clase del señor Germain, sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo.    Camus: El primer hombre

Las últimas reformas educativas de nuestras Españas (exceptuando las del primer tercio del pasado siglo) han estado orientadas por oscuros intereses o necias sinrazones políticas.
Lejos de la más alta consideración, nuestros alumnos son concebidos como masa necesaria para el beneficio de quien manda. 
En lugar de pretender que descubran el mundo, nuestras leyes parecen perseguir ocultarlo, perpetuando los prisioneros entre las sombras de la caverna. 
En vez de sentirse existentes, nuestra escuela los convierte en aspirantes a carceleros, cómplices de un banquete ajeno y felices con sus so(m)bras.
Sin el respeto y el reconocimiento de la dignidad de todos los miembros de nuestra sociedad, nuestros sistemas educativos son perenne adoctrinamiento y la escuela una productiva factoría de gansos bien cebados.