14 de junio de 2014

Símbolo inequívoco



Desde que el rey de las Españas abdicó la corona, el debate sobre monarquía o república vuelve a estar al rojo. A pesar de toda la propaganda monárquica de los medios de comunicación y partidos continuistas. Las críticas contra los defensores de la república, e incluso contra quienes piden una consulta popular al respecto, revelan con claridad oscuras intenciones. Especialmente las que provienen de partidos y personas que se llaman de izquierda. (¡Por cierto! el PSOE tenía aquí una ocasión llovida del cielo para recuperar votos por ese lado, pero parece más que cegado por pactos previos. Será que a sus instalados mandatarios no les da frio ni calor el suicidio que este partido está llevando a cabo). Estas críticas se pueden condensar en la siguiente: cambiar monarquía por república es algo folclórico que entusiasma al personal pero deja todo como está respecto a la corrupción, el descrédito de los políticos, el funcionamiento económico …
¡Y es cierto! pero propongo verlo desde otro ángulo:
prolongar nuestro sistema monárquico coronando un sucesor, es el mayor símbolo de inmovilismo y perpetuación del estado de hecho. La inequívoca expresión de la apuesta por una sociedad de castas, desde la real hasta la financiera, pasando por la política.
La prisa de los partidos mayoritarios, de la casa real, de la iglesia y de diversos grupos de poder, para cambiar la ley sucesoria y aplicarla de inmediato, revela un plan que prolonga la ruinosa fachada democrática de nuestro postfranquismo.
Así las cosas, no podemos sino repudiar este símbolo y lo que simboliza.

3 de junio de 2014

Despertamos

Una secuencia de La mirada de Ulises, resume magistralmente el último cuarto del siglo XX y la primera década del XXI. Muestra una estatua de Lenin despiezada y trasladada por un río, seguramente hacia algún mercado alemán del arte o de las antigüedades. En la barcaza van tanto el final del sueño comunista, como el rumbo de la política europea tras la guerra fría.

La muerte de la última utopía colectiva se fue sobrellevando porque los logros de justicia social en occidente todavía daban de sí para un par de décadas. La intelligentsia se ha repartido entre los desorientados y pesimistas, por un lado y los acomodaticios y apesebrados por otro. Los políticos, bien se han destapado como vampiros liberales, sin tratar ya de convencernos de que eran de centro, bien han ocultado sus colmillos tras su patente de progresía.

Otra imagen, de El paso suspendido de la cigüeña, enseña unos trabajadores destacando con chubasqueros amarillos sobre un cielo plomizo, que restablecen un tendido telefónico. En ella recuperamos las relaciones sociales que parecían extinguidas y restablecemos nuevas líneas de comunicación ciudadana.
Despertamos a la esperanza, construimos la necesaria utopía, sin la cual la vida carece de sentido.