24 de octubre de 2016

Instantes

Todo hábito nace con una acción singular, sobre todo los placenteros, esos que algunos suelen llamar vicios. Una fuerza secreta nos empuja a repetir y, sin darnos cuenta, el mecanismo nos sujeta con sus raíces, haciendo de nuestra inclinación manía. El instante singular de nuestra compulsión suele pasarnos desapercibido; no puede ser de otro modo, si queremos gozarlo plenamente. Y ese momento fugaz, el punto del verdadero placer, ese que salva y compensa el resto de circunstancias, es el que alimenta y hace engrosar la cadena.
El aroma del botellín de cerveza al quitar la chapa; el del pastel al ser mordido, cuando penetra por la nariz a la par que por la boca; la mirada ajena, entre admirada y envidiosa, cuando llevamos un vestido nuevo;  el crujido de la cáscara de las castañas bajo nuestros pies; el aroma que desprende el interior de un coche nuevo; los nervios que acompañan la decisión de la apuesta; el cosquilleo ...
Cada quien disfruta el instante de sus placeres, el dueño absoluto del resorte que impulsa irrefrenablemente nuestras repeticiones.