(Tomo el dibujo de Clara Marta en el blog de vuelta con el cuaderno)
Hace
unos días escuchamos un concierto de Amancio Prada y anteayer
asistimos a un debate que sostuvo con Gabriel Sopeña. No sabemos
cuánto tardará Zaragoza en volver a ofrecernos estas mieles, de
momento ¡que nos quiten lo bailao!
Sopeña
presentó la figura de Amancio Prada como la de un pontífice,
es decir, constructor de puentes. No debe ser casual que naciese en
Ponferrada, respondió con humor Amancio (pons ferrata, puente
fuerte, fortificado).
Puente
enlazando lenguas, puesto que ha cantado, y canta, en gallego, en
castellano y en francés. Ha traducido poemas del gallego y también
del francés, como el disco dedicado a Leo Ferré.
Disco
soberbio, ejemplo de cómo entiendo deben hacerse la versiones, sin
caer en la imitación de otro, pues nunca será el original, sino
haciéndolo suyo. El resultado es algo nuevo, mas surgido del diálogo
con el versionado. Se trata, en suma de crear a partir de otro.
Puente entre la música culta y la popular: viejos romances, trovas y
canciones populares se unen con una melodía y unos arreglos, que los
convierten en refinada pieza sonora. Logrando, como pocos, un alto
nivel de belleza con un mínimo de instrumentos acompañantes.
Puente
entre letra y música. Amancio no es el típico cantautor que toca
mal la guitarra, tiene una voz mediocre y
relega la música a un segundo lugar respecto a la letra. Por contra,
domina su guitarra, la voz plena que posee y el arte de musicar la
palabra, haciéndolas inseparables en su obra.
Puente
que une España con Europa, tanto por formación, y por inicio de su
carrera, como por su similitud con cantantes como Brassens (otro de
los pocos que han logrado más con menos: su guitarra y el contrabajo
de Pierre Nicolas).
Aunque
se trataba de un debate, Amancio nos regaló la mejor versión del
romance del enamorado y la muerte que haya oído
nunca. Era inevitable que cantase, él mismo declara que cantar
siempre ha sido lo que más le gusta de este mundo.
Especialmente
puente, como señalaba Jacques Brel, entre música, palabra y gesto.
Ambos cantautores construyen un espectáculo global; hay que verlos,
antes que nada su rostro, ademas de oírlos
y entenderlos. La obra surge del conjunto.
A
propósito de lo último, Amancio señaló dos extremos de la música
y la poesía: el del arpa durmiente (como en el poema de Bécquer),
donde se sitúan el poema escrito y la canción transcrita en un
pentagrama. Seres latentes, hibernados, fantasmas que cobran vida al
ser cantados o declamados, y sólo entonces. Lo solemos olvidar,
especialmente cuando de poesía se trata, y pasamos por alto sus
milenios de tradición oral.
En
el otro extremo está el anhelo de cualquier artista, el de Orfeo
cantado por el romance del conde Arnaldos: la belleza que
arrastra y ante la cual no hay resistencia posible, más fuerte
incluso que las fuerzas cósmicas. Pero este paraíso,
siempre por encontrar, requiere el esfuerzo de Sísifo y una
entrega incondicional.
Como
indica el marinero: “yo no digo mi canción sino a quien conmigo
va”.
(Escojo un perfecto puente entre una canción popular allende los mares, un polo margariteño, y la versión genial ofrecida por Amancio)
2 comentarios:
Qué delicia, aquí es mejor abrir bien los oídos. Del beneficio que los cantautores han dado a este maltrecho país con su labor de maestros trovadores en sensibilidad y política, nunca se hablará bastante teniendo en cuenta la distancia de años luz que nos lleva la banalidad. Tu lo haces con palabras sentidas y muy bien escogidas, por tanto, verdaderas.
Saludos Miguel Ángel.
La palabra bien dicha siempre es un placer escucharla en una voz como la de Amancio Prada o leerla en un texto cálidamente escrito. Una suerte en ambos casos hacerlo tan bien acompañada.
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