24 de octubre de 2016

Instantes

Todo hábito nace con una acción singular, sobre todo los placenteros, esos que algunos suelen llamar vicios. Una fuerza secreta nos empuja a repetir y, sin darnos cuenta, el mecanismo nos sujeta con sus raíces, haciendo de nuestra inclinación manía. El instante singular de nuestra compulsión suele pasarnos desapercibido; no puede ser de otro modo, si queremos gozarlo plenamente. Y ese momento fugaz, el punto del verdadero placer, ese que salva y compensa el resto de circunstancias, es el que alimenta y hace engrosar la cadena.
El aroma del botellín de cerveza al quitar la chapa; el del pastel al ser mordido, cuando penetra por la nariz a la par que por la boca; la mirada ajena, entre admirada y envidiosa, cuando llevamos un vestido nuevo;  el crujido de la cáscara de las castañas bajo nuestros pies; el aroma que desprende el interior de un coche nuevo; los nervios que acompañan la decisión de la apuesta; el cosquilleo ...
Cada quien disfruta el instante de sus placeres, el dueño absoluto del resorte que impulsa irrefrenablemente nuestras repeticiones.

4 comentarios:

clara dijo...

El reto de la página en blanco y tu mano pertrechada de un boli o un pincel. Caer en el abismo e impulsivamente rellenarlo todo. Pasar página y volver al mismo acantilado, ...

M. A. Velasco León dijo...

Su instante al crear es ese. El momento inaugural, en el que todo y nada está hecho.
Ya me comentará, si es tan amable, algún otro instante tan especial.

David Porcel Dieste dijo...

Es verdad, ese instante nos pasa desapercibido, sin apenas dejar rastro en la conciencia, y, sin embargo, o por ello mismo, forja nuestro hábito. Creo que esos instantes dicen más de uno mismo que todos los tratados de psicología juntos. Gracias por compartir tan lúcida reflexión.

M. A. Velasco León dijo...

Llevas razón, David, precisamente el poco rastro consciente dejado amplifica su poder. Así somos.
Gracias a tí, para qué sería cualquier reflexión si no la compartiésemos.