Todo hábito nace con una
acción singular, sobre todo los placenteros, esos que algunos suelen
llamar vicios. Una fuerza secreta nos empuja a repetir y, sin
darnos cuenta, el mecanismo nos sujeta con sus raíces, haciendo de
nuestra inclinación manía. El instante singular de nuestra
compulsión suele pasarnos desapercibido; no puede ser de otro modo,
si queremos gozarlo plenamente. Y ese momento fugaz, el punto del
verdadero placer, ese que salva y compensa el resto de
circunstancias, es el que alimenta y hace engrosar la cadena.
El aroma del botellín de cerveza al quitar la chapa;
el del pastel al ser mordido, cuando penetra por la nariz a la
par que por la boca; la mirada ajena, entre admirada y envidiosa, cuando
llevamos un vestido nuevo; el crujido de la cáscara de las castañas bajo nuestros
pies; el aroma que desprende el interior de un coche nuevo; los nervios que acompañan la decisión
de la apuesta; el cosquilleo ...
Cada quien disfruta el
instante de sus placeres, el dueño absoluto del resorte que impulsa
irrefrenablemente nuestras repeticiones.
4 comentarios:
El reto de la página en blanco y tu mano pertrechada de un boli o un pincel. Caer en el abismo e impulsivamente rellenarlo todo. Pasar página y volver al mismo acantilado, ...
Su instante al crear es ese. El momento inaugural, en el que todo y nada está hecho.
Ya me comentará, si es tan amable, algún otro instante tan especial.
Es verdad, ese instante nos pasa desapercibido, sin apenas dejar rastro en la conciencia, y, sin embargo, o por ello mismo, forja nuestro hábito. Creo que esos instantes dicen más de uno mismo que todos los tratados de psicología juntos. Gracias por compartir tan lúcida reflexión.
Llevas razón, David, precisamente el poco rastro consciente dejado amplifica su poder. Así somos.
Gracias a tí, para qué sería cualquier reflexión si no la compartiésemos.
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