Pues lo mismo es lo que puede
pensarse y lo que puede ser Parménides,
Poema,
fragmento 3.
Al identificar ser y pensar, este
fragmento de Parménides encierra el máximo grado de grecocentrismo
conocido, puesto que no se trata de cualquier modo de pensamiento,
sino del propio de su cultura. Europa, hija de este padre, con
rapidez transitó este camino, el de la verdad que reduce lo
existente a cuanto alcanzan nuestras entendederas.
Podemos señalar a Parménides como
iniciador de la lógica y la metafísica occidentales, pero no de la
convicción que a ellas subyace: nuestro pensamiento, el del ser
humano, puede desentrañar por sí mismo los secretos de la realidad.
Aunque los fragmentos de pensadores anteriores no lo expliciten, es
lo que de hecho están llevando a la práctica, es la convicción que
mueve sus escritos.
En consecuencia, Parménides no
inicia el camino de la metafísica, tan solo da un paso más,
extrayendo los presupuestos implícitos en sus predecesores:
-
si
podemos conocer el cosmos empleando nuestra razón, entonces
lo pensable coincidirá con lo real.
-
y
tirando
un poco más del hilo ya tenemos el principio de identidad, el
ser es y el no ser no es,
y
también
el
de no
contradicción,
lo que es no puede no
ser.
Por
si no queda claro, el poema nos advierte que
el otro
camino, el
del error, está alfombrado de engaños y
de sombras tan acogedoras
como falsas. Añade
también cuidados calificativos para quienes se decidan por él:
solamente siendo bicéfalos, gentes
de
errática inteligencia, sordos
y ciegos ante los dictados
de la razón, podremos
transitarlo de modo placentero.
El esencialismo griego quedaba
servido y listo para ser perpetuado por los siglos.
Milenios
después seguimos en le mismo
camino, sin reconocer que la
realidad es tan vasta que se nos escapa en su mayor parte; haciendo
oídos
sordos a las consecuencias del prejuicio
esencialista
para la acción humana y nuestra
relación con todo
medio.
Presos
por la falsa dicotomía de los dos caminos, no nos atrevemos a
ensayar senderos nuevos. Continuamos
empeñados en buscar
la moneda perdida
bajo
la luz de
la farola; incapaces
de dar un paso más allá y
adentrarnos en la sombra, negamos que
estas existan.
Si
penetramos en la sombra descubriremos que la
existencia de
algo, de cualquier ser, no
radica en esencia alguna, no es
propiedad estática, sino que nace
de su efectividad, de
su capacidad para generar efectos, de forma directa o indirecta, por
muy contradictorio que a la luz de nuestra razón griega resulte.
Una fiera, una comida o un
fenómeno natural tienen efectos inmediatos. Una
idea, una creencia o
un sueño no los
producen
de manera directa, pero sí a través de quienes las
conocen, las
defienden, aspiran a
realizarlas
y
quedan influidos o bloqueados por ellas,
luego son
efectivas
indirectamente.
Jankélévitch
y Cencillo, por indicar tan
solo dos viejos conocidos,
dieron
pasos en la sombras;
el primero desde la música y
la ética; el segundo desde la psicología y los mitos.
“Criterio
decisivo para juzgar de la objetividad
real
de lo que se manifiesta no es su «sustancialidad
física»,
ni su perceptibilidad sensorial, sino su eficacia
al incidir en los procesos práxicos y el modo específico de
ejercerla.”
Cencillo
Los
sueños, factor terápico
Cuán
diferentes serían la experiencia sensible cotidiana, las
artes (su
construcción
y su aprendizaje),
nuestros conocimientos, nuestra
ciencia y sus aplicaciones tecnológicas
(si de tales siguiésemos
hablando). Qué
diferentes, sobre todo,
nuestras relaciones personales, sociales, jurídicas y la relación
con nuestro entorno todo,
con el planeta, si fuéramos
capaces de abandonar los
viejos caminos de
Parménides.