El
dolor ante lo pasado, ante nuestro pasado, suele resultar frecuente,
y también que ese dolor sea arrepentimiento. Este fenómeno
recurrente que atenaza nuestra vida hunde su raíz en la cualidad
temporal de cada uno de nuestros actos: su carácter primúltimo.
Toda acción que llevamos a cabo es, forzosamente, primera y última.
Todo instante, nos recuerda Vladimir Jankélévitch empleando un
neologismo, es semelfáctico.
Cada instante es un hapax. Dos adverbios temporales, "semel" en latín
y "hapax" en griego, que señalan una
sola vez.
Mas
si todo acto humano es así, ¿cuál es el elemento incurable por la
acción del tiempo? ¿Qué se ha añadido al devenir para generar el
remordimiento?
No
se trata de la acción libre
de la cual yo soy autor. Ni la cosa hecha que tal acción generó, la
cual a veces se puede reparar, y siempre es desgastada por el
envejecimiento. Es el hecho mismo de la acción la causa de todo
dolor, porque el haber hecho resulta irrevocable y cada instante es
un hapax sin marcha atrás posible.
Y
este es el mecanismo que opera en esta trampa del tiempo, o de
nuestra conciencia temporal.
2 comentarios:
Interesante reflexión. Siempre he visto en el carácter irrepetible de cada momento, de cada acción, lo que hace que la vida -mi vida- adquiera un valor supremo. Si fuéramos eternos, no sentiríamos seguramente remordimiento ni nostalgia, pero tampoco esperanza ni deseo. Siempre he pensado que la eternidad supondría el anquilosamiento de la vida. De hecho, la eternidad es la abolición del tiempo. Saludos
Gracias, David. Jankélévitch tiene interesantísimas reflexiones sobre el transcurrir temporal y vital en la línea que señalas. Te invito a leer, por ejemplo "La muerte"
Salud
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