El tiempo circular heleno y el lineal
judío presentan lazos, ocultos por su aparente contradicción. La
singularidad de los momentos revestidos de algún tipo de halo es una
constante en ambos. Se celebran como fiestas, sean importantes para
el grupo o para el individuo. Sucesos naturales, como los solsticios;
hechos relevantes, como una gran victoria; sucesos extraordinarios,
como algún descubrimiento cultural identificativo del clan (que
puede llegar a ser muy grande); lazos de unión con sus dioses, como
las distintas fiestas en su honor. Por otra parte, etapas en el
tránsito de un individuo, como su paso a la adultez, su integración
plena a la comunidad, o sucesos que han cambiado el rumbo de su vida.
Para ambos se trata de instantes
únicos, que, por serlo, han de celebrarse sin cesar. Lo cual los
convierte en continuo recomienzo, círculo perpetuo que otorga
sentido a la vida. Instantes que construyen el verdadero transcurrir
del tiempo, el cual, privado de estas singularidades cíclicas,
quedaría disuelto en un discurrir amorfo e indiferenciado.
4 comentarios:
En efecto, también esos momentos ayudan a construir el tiempo subjetivo, quiero decir, la espera y el recuerdo, sin los cuales la vida carecería de proyección, se diluiría en un eterno presente, como bien dices, amorfo e indiferente. Excelente entrada.
Hermoso y certero, David, esa construcción del tiempo subjetivo mediante espera y recuerdo.
Gracias y salud
Es renuevo el calor del tiempo, que otras veces, parece frío. Si va acompañado con vino, puede paladearse mejor.
Salud y un abrazo, Miguel Ángel
Muy cierto es, Manuel, el buen vino cambia el camino que, además de polvo y barro es también construcción del tiempo.
Salud
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