5 de mayo de 2013

Eppur si muove

       A nuestras autoridades educativas

El padre de Galileo, músico de oficio, sabía muy bien lo que eran las penurias económicas (sin llegar a la pobreza, no vayamos a pensar que era un sin techo de su época, ni siquiera un perroflauta) por ello recomendó a su hijo seguir estudios que le permitiesen una profesión de desahogo económico y reconocimiento social, como la medicina. Insistía mucho a su primogénito para que guiase sus pasos por el camino del bienestar económico y la tranquilidad social. Sin embargo, al díscolo muchacho lo que le gustaba era la música, la literatura y la matemática. Un saber novedoso, este último, propio de artistas, visionarios y otros muertos de hambre (y de Inquisición, a partir de la Contrareforma). Trabó amistad con músicos, tocaba el laúd, leía sin descanso poesía y se dedicaba al estudio de novedosas rarezas como el vacío, la gravedad y los movimientos locales. Asuntos exclusivos de frikis de aquel tiempo, como ese francés tan rarito, que se atrevió a escribir sobre ciencia en francés, en lugar de latín. No se conocieron personalmente, pero sí leían sus respectivas obras. Claro que ¿quién iba a dedicarse a leer semejantes desvaríos improductivos? sino gentes con el cerebro reblandecido por tanto excremento de pájaros matemáticos que habitaban sus cabezas.
Si hubiera hecho caso a su padre, es decir, a la visión conservadora de su época, la que estaba al servicio del statu quo y el orden establecido del momento, y la que podía haberle proporcionado “éxito”, la ciencia moderna y sus aplicaciones tal vez no hubiesen existido. Y es que defender algo porque sea lo tradicional y lo bien visto por el poder no es amar la verdad, ni emplear siquiera la razón, nos vino a decir el propio Galileo.
No pasó de ser un profesor con apuros económicos, en las universidades de Padua y de Florencia luego. Hubo de discurrir ingenios, incluso militares, como fuente complementaria de ingresos, con menos fortuna que más en sus ventas, la mayoría de las veces. No pudo dar la adecuada dote a sus hijas, que acabaron en un convento. Y, para colmo de mundanas desdichas, por no hacer caso a sus mayores, acabó su vejez condenado a un arresto domiciliario hasta su muerte. ¡Ni su padre llegó a sospechar tamaños peligros de la desobediencia!
Desoyó los sabios consejos que por el buen camino habían de conducirlo, pero gracias a ello es el padre de la física moderna y, mejor todavía, estuvo satisfecho de su vida y de sí mismo.
Eppur si muove, cuentan que masculló por lo bajo tras abjurar ante la Inquisición. Y sin embargo soy feliz, sería la traducción de su vida.

2 comentarios:

Manuel Marcos dijo...

Grande consuelo para un músico callejero como yo, tener estos antepasados honoríficos que le han dado al mundo la luz de la inteligencia y la sensibilidad.
Um abrazo

M. A. Velasco León dijo...

Pues sí, Galileo tocaba el laud y cantaba, según dicen, con no poco gusto. Mantuvo conocimiento con Monteverdi y sus novedades sobre la armonía apoyada en las matemáticas. Ambos se movieron por la Serenísima República de Venecia. Compartes con ellos el regalar, además de música, sensibilidad y no poca inteligencia.
Salud