14 de junio de 2012

Sendero hacia la libertad



La costumbre de simultanear varios libros de lectura tiene grandes ventajas, los libros que me gustan duran más. Hago como los niños que dosifican sus golosinas preferidas para alargar su fruicción, aun a costa de hacerla menos explosiva. También pegas, porque los personajes y sus historias no son puros, acaban influidos unos por otros al cohabitar mi tiempo y mi espacio.
Uno de los libros recien acabado es Sendero hacia la libertad, de Julián Escuer Fustero (editado y prologado por Herminio Lafoz). Más de cuatrocientas páginas escritas por un obrero del metal, agricultor aficionado, mexicano nacido aragonés en 1917, en las que narra recuerdos desde su infancia hasta su llegada a Veracruz (Méjico) en 1942. Testimonio de una época convulsa en nuestro país, la Segunda República, la guerra civil y los primeros años de la dictadura.
Una mirada en primera persona y a pie de calle, no desde la distancia de quien ocupa cargos o maneja resortes de poder. Tampoco está mediada por la distancia del observador, ya sea intelectual, historiador o periodista. Por ello, la de Julián, resulta tan viva y próxima para cualquier lector.
Libro necesario para restaurar la microhistoria, la historia familiar, local, regional, esa que resultó secuestrada por casi cuarenta años de silencio impuesto, custodiado por el miedo. La que hemos debido reconstruir a duras penas, incluso contra las instituciones “democráticas” de nuestra actual España, gracias a testimonios como este.

Sorprendido en zona “nacional” al estallar la guerra, inicia un periplo que lo lleva desde Zaragoza hasta Barcelona y las baterías de la Costa Brava. El fin de la guerra lo empuja a Francia, donde pasará por cuatro campos de concentarción distintos, Saint Cyprian, Agde, Gurs y Septfonds, hasta lograr llegar como trabajador a una fábrica de Saint Nazaire para, desde allí, ser devuelto a España por los nazis. Salva la vida y acaba recluido en el campo de concentración de Miranda de Ebro, para ser enviado al Batallón disciplinario nº 1 de Punta Carnero, en Gibraltar. Logra escapar y vía Zaragoza (el camino más corto no es el más directo en una huida), cruza a Portugal, desde donde logrará, ¡al fin! embarcar rumbo a Méjico.
Hay material, cuando menos, para una gran película de aventuras. Una que cante las ganas de vivir, la resolución y el ingenio humano para ir saliendo de situaciones cada vez más complejas.

Uno de los rasgos más notables de las memorias de Julián es que, a pesar de lo sufrido, están gobernadas por unas ganas de vivir, y de hacerlo en libertad, contagiosas. Un vitalismo optimista que reduce muchos de nuestros actuales problemas al rango de fruslerías.
Pacifista, a partir de la sin razón de nuestra guerra y sus consecuencias es capaz de trascender la circunstancia y construir un alegato antibelicista y antifanático de todo tipo:
“Esta maldita guerra que dura ya más de dos años está dejando a España en la ruina total. Ruina económica, ruina social y ruina moral en cada individuo.¿Podrán volver a ser hombres esos inocentes que pelean como fieras rabiosas, ante la disyuntiva de morir o matar? ¿Y esas mujeres, casi niñas muchas de ellas, que se han entregado por unas migajas de pan?, nunca olvidarán esta tragedia, pero, ¿podrán vencer el trauma que esto les dejará? Los que, como yo, si tenemos la suerte de que no nos toque la metralla, ¿cuántos años habrán de pasar para que no nos atormenten los recuerdos?... ¿Quienes son los culpables y por qué, sin pararse a mirar ni importarles las consecuencias, nos lanzaron a esta catástrofe general? Esos “quienes” no sienten remordimiento ni pena. Al contrario, son los que en la retaguardia celebran los triunfos con fiestas, mientras en los campos de batalla se recoge a los muertos y a los heridos.” (pág. 187-188)

2 comentarios:

Manuel Marcos dijo...

El testimonio de lo vivido y de lo leído parece resonar con ecos de futuro, toda vez que los tiempos que corren ahora son terribles. Todo está en estado larvario y parece a punto de explotar.
Salud

M. A. Velasco León dijo...

Sí, Manuel, hay ecos que parecen venir de pasadomañana en este libro vivo y vívido. SEguimos siendo un país sin tradición democrática ni de diálogo, un país habitado por demasiados sargentos chusqueros. El aguante debe tener un límite.
Salud