31 de mayo de 2021

Invito al viaggio


Cuando perdemos al creador de una obra, por grande que esta sea, resulta fácil dedicarle unas palabras, pues la herida no es sino intelectual y cicatriza saboreando nuevamente su música, sus palabras, sus hechos. Dedicarlas en cambio a quien hemos querido por lo que era, no por su obra, por su presencia que resultaba una parte de la nuestra, resulta bien diferente, por ello con frecuencia callamos.

La semana pasada la obra de Battiato resultó bálsamo que nutre, una vez más, le nostre anime, pues emprendió su último viaje. Aunque ¿quién sabe?, puesto que Cristo nei Vangeli parla di reincarnazione, nos recordó en Testamento, del último disco que realizó con canciones nuevas, compuestas y cantadas por él, Apriti sesamo. Quiero compartir dos canciones poco conocidas y que escapan tanto de lo que llamamos pop, como de la alegría de vivir tan cantada en sus composiciones más conocidas.

La primera, L'addio, sirva como despedida y reencuentro en la distancia. La compuso en 1981 para Giuni Russo y la retomó en 2008 para su tercer álbum de versiones Fleurs 2 (una más de sus burlas, pues Fleurs 3 que también ofrece versiones de otros autores y una o dos canciones propias, había aparecido seis años antes). Franco no tenía la voz de soprano, ni la potencia de Giuni, pero esta versión, hecha veintisiete años después, convierte a la original en algo nuevo, tan sutil como ese hidrógeno en el mar del olvido que repite el estribillo. Hidrógeno es el primer elemento de la tabla periódica, el más ligero de cuantos gases existen, insoluble en el agua, pero la mayor parte de su molécula, presente en todo ser vivo.

Con la fine dell'estate
come in un romanzo l'eroina
visse veramente prigioniera.
Con te dietro la finestra guardavamo
le rondini sfrecciare in alto in verticale
ogni tanto un aquilone
nell'aria curva dava obliquità a quel tempo
che lascia andare via, che lascia andare via.
Gli idrogeni nel mare dell'oblio.

Da una crepa sulla porta ti spiavo nella stanza
un profumo invase l'anima
e una luce prese posto sulla cima delle palme.
Con te dietro la finestra guardavamo
le rondini sfrecciare in alto in verticale
lungo strade di campagna
stavamo bene
per orgoglio non dovevi
lasciarmi andare via, lasciarmi andare via.

Ogni tanto un aquilone
nell'aria curva dava obliquità a quel tempo
che lascia andare via, che lascia andare via
gli idrogeni nel mare dell'oblio.

Quando me ne andai di casa
finsi un'allegria ridicola
dei ragazzi uscivano da scuola.
Dietro alla stazione sopra una corriera.
L'addio

La segunda canción, nos muestra el viaje esperado por battiato. Aparece en el álbum Fleurs de 1999, parte de Invitación al viaje de Las flores del mal de Beaudelaire, traducido y adaptado al italiano por el filósofo Manlio Sgalambro, quien colaboró con Battiato en las letras de más de media docena de sus álbunes (entre ellos también se esconde La cura, una de sus canciones más emocionales).


Ti invito al viaggio
In quel paese che ti asomiglia tanto
I soli languidi dei suoi cieli annebbiati
Hanno per il mio spirito l'incanto
Dei tuoi occhi quando brillano offuscati
Laggiù tutto è ordine e bellezza
Calma e voluttà
Il mondo s'addormenta in una calda luce
Di giacinto e d'oro
Dormono pigramente i vascelli vagabondi
Arrivati da ogni confine
Per soddisfare i tuoi desideri
I tuoi desideri

Le matin j'écoutais
Les sons du jardin
Le langage des parfums
Le langage des parfums
Des fleurs


Debéis prestar atención a la segunda parte, cuando la canción parece acabar y, por sorpresa, resurge con sintetizadores y voces alteradas (no con auto-tune, sino sintetizadas al modo tradicional de la música progresiva, para deformarlas logrando ciertos efectos, no para enmascarar sus deficiencias), mostrando una extraña belleza. También el Etna y el Estrómboli, dormidos, entraron en erupción el día siguiente al de su muerte. 

En esta coda sueña un día sin ocaso surgido de las sombras, y con su voz, de nuevo, se torna presencia.

Sai, sai, sai, dire addio
Ai, ai, ai giorni felici?
Sai, sai, sai dire addio, addio
Ai, ai, ai giorni felici?

Ascolta nel fondo dell'ombra
Una visione ti viene incontro
Un giorno senza tramonto
Le voci si faranno presenze

Sai, sai, sai, dire addio
Ai, ai, ai giorni felici?
Sai, sai, sai dire addio, addio
Ai, ai, ai giorni felici?
Sai, sai, sai dire addio
Ai, ai, ai giorni felici?
Sai, sai, sai (Dire addio)

7 de marzo de 2021

Mercado educativo


Hace tiempo que nuestro mundo, cada vez más globalizado, se puso las gafas del reduccionismo economicista y ve la realidad, sea la social o la personal, del color de las transacciones económicas. El reduccionismo se duplica al calarse la visera del modelo económico de mercado, cuya sombra se nos vende como la única capaz de proteger la mirada.

Este modo de abordar la realidad no solo impide una adecuada visión de la misma, sino que además la altera y transforma desde sus creencias, las cuales nunca ha justificado.

Cuando esta mirada economicista recae sobre la eduación, la reduce a una relación mercantil en la cual tan solo algunos ciudadanos, los alumnos y sus padres, son clientes del sistema educativo producido y ofertado por el estado. No solo impide que entendamos el papel que esta desempeña en la sociedad y su función en el proceso socializador del humano, sino que pervierte el funcionamiento del sistema educativo en su conjunto, al pretender regirlo por las leyes del mercado.

Todo buen empresario quiere vender y puesto que el cliente siempre lleva la razón, nuestros dirigentes buscan hacer su producto atractivo para la clientela cediendo sistemáticamente en dos áreas: las demandas, como la de más días lectivos (asimilados a días de cuidado de hijos), y los problemas, como el del fracaso escolar (asimilado con el número de suspensos y, por causa de estos, con la repetición de curso).

Nuestras autoridades educativas, culpan reiteradamente a los docentes y les imputan toda responsabilidad respecto a ambas áreas. Actuando como esos jefes que siempre culpabilizan a sus subalternos para así dejar a salvo su autoridad y competencia.

De este modo generan un enfrentamiento entre empleados/vendedores, papel al cual reducen a los docentes, y usuarios/consumidores, papel al cual reducen a padres y alumnos, que pervierte las relaciones dentro de la escuela. Así, la dinámica docente/estudiante se envuelve con una hostilidad que se extiende también a la dinámica docente/padres y, en la misma lógica mercantilista, se prolonga en una creciente judicialización, como si de un conflicto de intereses se tratase. La relación maestro/alumno, ayudados ambos por los padres, no encaja en la perspectiva economicista.

No consideran si las demandas competen al estado, como tampoco analizan si los problemas realmente son tales. El temor a dar una mala imagen como gestores de la empresa se lo impide, y ceden ante cualquier demanda respaldada por asociaciones de padres o por grupos de poder, especialmente si viene jaleada por los medios de comunicación. Ello impide el análisis de las causas y la búsqueda de las soluciones para los  problemas reales. La racionalidad y la conveniencia de lo demandado para el conjunto de la sociedad, pasan a segundo plano ante el ruido mediático que perjudica al negocio educativo.

Estas gafas y esta visera ocultan la necesaria función de la educación para el conjunto de la sociedad, no sólo para quienes en el presente son padres con hijos estudiantes. Hacen olvidar que la formación es diferente de la titulación y, para colmo, reducen la escuela a un negocio de venta de títulos: el de primaria, e.s.o., bachillerato, grados profesionales y universitarios, hasta los de postgrado, con el título rey, el del master (no resulta extraño que más de uno lo adquiera de modo fraudulento, quien sabe con qué oculto pago).

La educación presenta una riqueza tan grande, una complejidad de factores, actores y objetivos, además de una importancia tan decisiva para la sociedad, que no puede entenderse ni practicarse desde la miope visión economicista.

 

21 de febrero de 2021

Pandemia educativa (3ª parte)


El crecimiento desmesurado de las urbes en las sociedades del siglo XX y del XXI, está eliminando los espacios de socialización entre pares. Fuera de occidente esta hipertrofia no va unida a la obsesión por la seguridad y el control de los hijos, permitiendo espacios de libertad, aunque también de peligro múltiple. Pero cuando confluyen los dos factores, como sucede en occidente y en nuestro páis, la necesaria parte de la socialización que ha de darse entre iguales queda seriamente alterada, y produce enormes distorsiones en el funcionamiento del sistema educativo.

Cuando los espacios de libertad y contacto desaparecen por el crecimiento de las ciudades y el consiguiente aumento de las distancias físicas, que provoca un gran volumen de tráfico rodado.

Cuando las facilidades para cuidar a los hijos no existen, y la llamada conciliación familiar para los padres trabajadores es una necesidad cuya satisfacción el estado pospone indefinidamente.

Cuando la disminución, casi desaparición, del control social da carta de impunidad a conductas antisociales en adolescentes y no contribuye a socializar a los niños.

Cuando las redes sociales se anteponen al contacto físico, no solo de los niños y adolescentes, sino incluso de lo mismos padres.

Cuando todo esto sucede, las necesidades buscan camino para su satisfacción y lo han encontrado, más allá del breve tiempo de los recreos, en las aulas de colegios, institutos e incluso de facultades universitarias. (En estas últimas por el progresivo retardo de la maduración socioafectiva)

Si no hay otros espacios y otros tiempos para el necesario contacto, para el encuentro, las aulas se convierten en el nuevo lugar de socialización entre pares, necesario para que se construyan como seres sociales de carne y hueso.

Lo vemos en su deseo de acudir cada mañana al centro educativo y ser cuantos más mejor en cada aula para disfrutar de verdad, para estar vivos.

Lo vemos en sus comportamientos espontáneos ajenos a la necesidad de distancia social, y a la frialdad del no contacto, aunque estemos en plena pandemia.

Lo vemos en los padres que, incluso teletrabajando en muchos casos, necesitan a sus hijos en la escuela porque así son mucho más llevaderos en casa.

Y lo vemos en las medidas políticas, que priman la promoción de cada curso y el porcentaje de aprobados sobre la formación y el aprendizaje. No tratan de construir ciudadanos, sino de ahorrar una partida dedicada a la conciliación.

Lo vemos en unos padres doblemente engañados -y autoengañados- al tener a sus hijos recogidos y al ver los buenos resultados que obtienen.

14 de febrero de 2021

Pandemia y educación (2ª parte)

Otra verdad que aflora es la falta de interes por la educación de nuestras autoridades, que disimulan cada vez más a duras penas. No es extraño si tenemos en cuenta que la política lleva años profesionalizada (como señaló Max Weber hace ya más de un siglo hablando de la burocratización social y los tipos de político) y quien ha abrazado este oficio no quiere ir al paro, sino seguir ocupando cargos.

El político profesional piensa a cuatro años vista y las inversiones educativas no se lucen a tan corto plazo.

Esta falta de interés se une a la confianza en la maquinaria del estado y su inercial funcionamiento. Nuestros políticos de oficio dan por sentada la rutinaria marcha de las ruedas burocráticas, sin reparar en ello siquiera, y cuando alguna se avería, a menudo por simple falta de mantenimiento, la parchean improvisadamente.

En el caso de la educación hay que añadir el generoso y voluntario trabajo que la mayoría de los docentes realizan, muy por encima del que su función administrativa exige.

¿Por qué siguió funcionando el sistema educativo entre marzo y junio de 2020, los meses del Estado de Alarma? No fue por la preocupación y el buen obrar del Ministerio, ni de las Consejerías de Educación, sino por la tarea de los docentes. Sus casas convertidas en aulas, su tiempo abierto a dudas y consultas en jornadas interminables, sus propios medios materiales a disposición de la enseñanza, ordenadores, conexiones a internet, teléfonos, espacios, calefacciones, electricidad ... Todo ello a cambio de ingratitud y burla por parte de unos políticos que juegan a enfrentarlos con los padres y la sociedad, dando una imagen tal falsa como irreal de su labor.

También señaló Max Weber que en los estados modernos es el funcionariado, y no los políticos, quien hace que este marche, quien mantiene girando las ruedas de las instituciones. Hemos visto lo mismo en sanidad durante el estado de alarma, la cual ha seguido funcionando a pesar de las actuaciones políticas.

Este desinterés por la educación ha llegado a su paroxismo al considerar la absoluta necesidad de tener abiertos los centros escolares, al menos entre la infantil y el bachillerato, no por lo que puedan aprender ni por la formación que vayan a recibir los alumnos, sino para tenerlos cuidados, recogidos, custodiados. Liberando así a los padres para que puedan trabajar, teletrabajar en muchos casos, sin preocuparse de sus hijos.

Lo que lleva años gestándose, la enseñanza-guardería, se ha mostrado a las claras gracias al covid-19. Educar es caro, no se luce a cuatro años y además es inutil. Con tener recogidos a los niños y entretenidos a los adolescentes y jóvenes -sin que suspendan demasiado para contentar a sus padres- es suficiente. Para qué van a preocuparse de más nuestros gobernantes si han aceptado que nuestro país sea un macrocomplejo turístico. En el Spanish resort ¿quién necesita otra cosa sino gente simpática, con gracejo, dedicada a la hosteleria y la restauración?

31 de enero de 2021

Pandemia socrática


 Quienes nos dedicamos a la educación estamos viendo el lado socrático de la pandemia. Como Sócrates, que decía tener el oficio de su madre, partera, pero ayudando a alumbrar conocimientos en lugar de niños, la pandemia está destapando viejas enseñanzas, temas conocidos que parecen adquirir novedad circunstancial. A la vez, está evidenciando debilidades nacidas de la concepción postmoderna o líquida -como señaló Bauman- de la política. Para quien quiera verlo, pues así somos los humanos corazones.

La semipresencialidad, con sus días alternos de asistencia por mitades de cada curso a partir de tercero, ha reducido el tamaño del grupo de alumnos, destapando una de estas viejas novedades: con menos alumnos por aula el aprendizaje resulta más efectivo; la cercanía del pequeño grupo permite trabajar de un modo más personalizado, lo cual redunda en la eficacia de la enseñanza. Este principio básico era de sobra conocido por todos los que nos dedicamos a enseñar, y sin embargo, muchos docentes lo habían olvidado tras años de bombardeo institucional. Expertos educativos, gurús interpuestos por nuestras autoridades para dinamizar a un profesorado anclado en viejas rutinas y desmotivado ante los nuevos retos del comienzo de siglo, llevan décadas escupiendo en nuestras caras el mensaje salvador del sistema educativo.

Estos oráculos no cesaron de anunciar la venida de las herramientas informáticas y el e-learning, con sus sacramentales pizarras digitales, tablets y plataformas docentes como edmodo, moodle, classroom y otras, puestas en marcha por algunas autonomías. 

En los nuevos libros sagrados se habla sin cesar de metacognición, motivación y gamificación, también de integración e inclusión, pero sobre todas las cosas, de innovación, competencia digital, cambio metodológico y tecnologías educativas.

Las tecnologías de la información son hoy nuestro viático hacia la salvación y no existe camino fuera de ellas.

A la par, estos profetas de congresos y cursos de formación nos empujan al arrepentimiento y la conversión, denunciando publicamente nuestros pecados:

¿Crees en el Collaborative eLearning?

¿Has frecuentado la flipped classroom?

¿Trabajas con PBL (Project-based learning)?

¿Dónde está el design thinking en tus clases?

¿No caminas por el ámbito STEAM (Science, Technology, Engineering and Math + Arts and Design)?

¿Has creado alguna escape room en tu aula?

Bajo el peso de estas preguntas nos decubrimos pecadores, sobre todo por omisión. Terrible pecado que nos torna, sin saberlo, sicarios de un oscuro señor y sembradores del mal, es decir, del fracaso escolar y de la crisis del sistema educativo. Porque no caben medias tintas, y si no abrazamos la nueva fe, si no somos apóstoles encendidos de la nueva verdad, estamos traicionando la educación. El docente que no está conmigo, está contra mí, y es causante de la crisis del sistema educativo.

Por fortuna para la mayoría, el contagio ideológico y el emocional son tan inseparables de nuestra especie que cobramos conciencia de nuestra culpa, y avergonzados corremos a confesarnos con el community manager de nuestro centro, dispuestos a abrazar la nueva fe. Y quien no se contagia del fervor lo simula, por si acaso, no vaya a terminar señalado con el dedo por pecador irredento, o en boca de todos por loco trasnochado.

 Tal vez debamos leer a escondidas autores heréticos como Saint-Exupèry para reencontrarnos con el pasaje en que el Principito se encuentra con un monarca absoluto en el primer planeta que visita, que le dice:

- Si ordenara a un general volar de una flor a otra como una mariposa, o escribir una tragedia, o convertirse en ave marina, y si el general no ejecutara la orden recibida, ¿quién estaría en falta, él o yo?

- Sería usted - dijo con firmeza el principito.

               Quien tenga oidos, que entienda.


3 de junio de 2020

Lluvias de verano


Suelen ser agradables las noches de lluvia, y aunque la tormenta furiosa nos despierte, cerrar las ventanas, comprobar que el agua no cala nuestra tienda de campaña y la tibieza de una manta, vuelven a traernos resguardo y sueño.
De mañana la lluvia puede interrumpir, desbaratar planes, ser saludada o detestada acelerando el paso, pero no logra borrarnos la alegría. Lluvia que se abre al sol, aunque no se asome tras ella.
La lluvia de tarde se cierra siempre, y si el sol brilla tras un chaparrón, no es capaz de secar el alma, empapada para el resto del día.
Las tardes de lluvia huelen a niñez, pueblo y tristeza.

13 de mayo de 2020

El niño del cuento

Recuerdo haber leído con alguna de mis hijas un libro infantil en él que una madre, cuando sus hijos no se portaban bien o no querían hacer sus tareas, los amenazaba con un terrible “o si no …”
- Haz tu cama, o si no …
- Cómete la verdura, o si no …
- Cepíllate los dientes, o si no …
Lo cierto es que, leído como padre, el cuento era un tentador manual que me ofrecía el ejemplo de una astuta madre, tan eficaz como cruel al tratar a sus hijos. En cambio, supuse, para un niño que lo leyese por su cuenta era una fuente de alivio, al comprobar que su madre lo amenazaba con castigos conocidos, casi siempre los mismos, a diferencia de la malvada del cuento.
La madre no les decía lo qué vendría después, no desvelaba nunca la consecuencia del incumplimiento, lo dejaba abierto. Ahí, justamente, radicaba lo temible de su amenaza y lo eficaz de la misma.
La inconcreción de las consecuencias hacía brotar en sus hijos los miedos más ocultos, los fantasmas más temidos, los castigos más detestados, proyectándolos de golpe hacia el futuro próximo, que se tornaba constante fuente de angustia.
Así me siento, temeroso ante los más oscuros y tronantes nubarrones. Dábamos por sentado un futuro con todos sus imponderables, naturalmente, que siguen estando presentes, pero a ellos se suma ahora una insondable incertidumbre. Mis viejas creencias se descomponen, las he puesto entre paréntesis, y no puedo imaginar el, hasta ahora, predecible rumbo del mundo.
Los efectos temibles de esta pandemia, como los miedos del niño, no salen de la nada, en realidad ya estaban ahí, pero ocultos, sometidos al amistoso transcurrir de lo esperable. El paisaje que esperaba encontrar al levantar la vista se ha cubierto por la niebla, no puedo ver más allá. Es la irrupción de lo inesperado, no de lo imposible, ni de lo imprevisible, sino de lo inesperado, la fuente constante de mi actual miedo.
No puedo correr hasta mi madre, deshacer mis ojos en su regazo, mostrarle un sincero arrepentimiento. El daño ya está hecho. Solo queda buscar cuál ha sido la desobediencia, para tratar de no seguir repitiéndola, si es posible todavía.