El crecimiento desmesurado de las urbes en las sociedades del siglo XX y del XXI, está eliminando los espacios de socialización entre pares. Fuera de occidente esta hipertrofia no va unida a la obsesión por la seguridad y el control de los hijos, permitiendo espacios de libertad, aunque también de peligro múltiple. Pero cuando confluyen los dos factores, como sucede en occidente y en nuestro páis, la necesaria parte de la socialización que ha de darse entre iguales queda seriamente alterada, y produce enormes distorsiones en el funcionamiento del sistema educativo.
Cuando los espacios de libertad y contacto desaparecen por el crecimiento de las ciudades y el consiguiente aumento de las distancias físicas, que provoca un gran volumen de tráfico rodado.
Cuando las facilidades para cuidar a los hijos no existen, y la llamada conciliación familiar para los padres trabajadores es una necesidad cuya satisfacción el estado pospone indefinidamente.
Cuando la disminución, casi desaparición, del control social da carta de impunidad a conductas antisociales en adolescentes y no contribuye a socializar a los niños.
Cuando las redes sociales se anteponen al contacto físico, no solo de los niños y adolescentes, sino incluso de lo mismos padres.
Cuando todo esto sucede, las necesidades buscan camino para su satisfacción y lo han encontrado, más allá del breve tiempo de los recreos, en las aulas de colegios, institutos e incluso de facultades universitarias. (En estas últimas por el progresivo retardo de la maduración socioafectiva)
Si no hay otros espacios y otros tiempos para el necesario contacto, para el encuentro, las aulas se convierten en el nuevo lugar de socialización entre pares, necesario para que se construyan como seres sociales de carne y hueso.
Lo vemos en su deseo de acudir cada mañana al centro educativo y ser cuantos más mejor en cada aula para disfrutar de verdad, para estar vivos.
Lo vemos en sus comportamientos espontáneos ajenos a la necesidad de distancia social, y a la frialdad del no contacto, aunque estemos en plena pandemia.
Lo vemos en los padres que, incluso teletrabajando en muchos casos, necesitan a sus hijos en la escuela porque así son
mucho más llevaderos en casa.
Y lo vemos en las medidas políticas, que priman la promoción de cada curso y el porcentaje de aprobados sobre la formación y el aprendizaje. No tratan de construir ciudadanos, sino de ahorrar una partida dedicada a la conciliación.
Lo vemos en unos padres doblemente engañados -y autoengañados- al tener a sus hijos recogidos y al ver los buenos resultados que obtienen.
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