20 de mayo de 2013

Oración II


El pasado viernes una de las limpiadoras de La Moncloa, encontró una estampita que debió caer de la cartera de algún ministro. Fuentes cercanas -una vecina muy devota- nos  ha confesado ser ella quien, hace ya más de un año, entregó unas estampitas ¡muy milagrosas! para rezar al comienzo de cada Consejo. La estampita reza así:

Padre Mercado
que campas por los ministerios,
santificada sea tu plusvalía,
déjanos seguir robando en tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra y el paraíso (fiscal),
el beneficio de cada día dánoslo hoy,
no nos dejes caer en los medios de comunicación
y líbranos de los escraches.

14 de mayo de 2013

Alpeis


La película "Alpeis" de Giorgos Lanthimos (Grecia 2011) me ha recordado los ambientes de Angelopoulos, una Grecia fría, con lluvia, donde dominan los tonos grises y azulados. También por la parquedad de sus diálogos, su frecuente silencio y el uso diegético de los sonidos, música incluida. El guión, en cambio, no resulta ni simbólico ni poético, sino de una crudeza existencial camuflada por un juego de espejos.
En sus cuadros, Friedrich escogió los Alpes para simbolizar la naturaleza que reduce lo humano a una pequeña figura perdida en el conjunto. En la película, la organización Alpes (Alpeis en griego) reduce lo humano a la intercambiabilidad total, es decir, a uno mismo y su egoísmo. Si en Friedrich lo sublime natural destaca al humano, despertando el interés por una figura nunca ausente, en Alpeis se destaca la inhumanidad al desdibujar al individuo concreto, singular, convertido en un doble al servicio de un sentido vital ausente.
La lectura más directa nos sitúa ante un pasatiempo lógico, el de los actores que actúan fuera del escenario para paliar las soledades y pérdidas de otros personajes, y lo hacen mediante una organización con un claro jefe llamada Alpes. ¿Dónde parar? en este juego de teatro dentro del teatro. Digo teatro porque de ello trata la película en este primer nivel, de actuar en directo y con entrada, en la vida de quienes han sufrido una irreparable pérdida.
Mas esta lectura directa enmascara una segunda, que plantea la profunda crisis de identidad y el necesario rescate, que sólo es posible en el encuentro con otros humanos y, especialmente, en el encuentro corporal. Rescate que suplanta la soledad por la comunidad, aunque sea esta una farsa y, en consecuencia, la identidad rescatada paga el precio del desequilibrio emocional.
Y aquí se enlazan los dos niveles, puesto que la necesidad de sentido resulta tan acuciante en actores como en espectadores, manifestando el paisaje de una neurosis con brotes agresivos tanto hacia uno mismo como hacia los otros.


5 de mayo de 2013

Eppur si muove

       A nuestras autoridades educativas

El padre de Galileo, músico de oficio, sabía muy bien lo que eran las penurias económicas (sin llegar a la pobreza, no vayamos a pensar que era un sin techo de su época, ni siquiera un perroflauta) por ello recomendó a su hijo seguir estudios que le permitiesen una profesión de desahogo económico y reconocimiento social, como la medicina. Insistía mucho a su primogénito para que guiase sus pasos por el camino del bienestar económico y la tranquilidad social. Sin embargo, al díscolo muchacho lo que le gustaba era la música, la literatura y la matemática. Un saber novedoso, este último, propio de artistas, visionarios y otros muertos de hambre (y de Inquisición, a partir de la Contrareforma). Trabó amistad con músicos, tocaba el laúd, leía sin descanso poesía y se dedicaba al estudio de novedosas rarezas como el vacío, la gravedad y los movimientos locales. Asuntos exclusivos de frikis de aquel tiempo, como ese francés tan rarito, que se atrevió a escribir sobre ciencia en francés, en lugar de latín. No se conocieron personalmente, pero sí leían sus respectivas obras. Claro que ¿quién iba a dedicarse a leer semejantes desvaríos improductivos? sino gentes con el cerebro reblandecido por tanto excremento de pájaros matemáticos que habitaban sus cabezas.
Si hubiera hecho caso a su padre, es decir, a la visión conservadora de su época, la que estaba al servicio del statu quo y el orden establecido del momento, y la que podía haberle proporcionado “éxito”, la ciencia moderna y sus aplicaciones tal vez no hubiesen existido. Y es que defender algo porque sea lo tradicional y lo bien visto por el poder no es amar la verdad, ni emplear siquiera la razón, nos vino a decir el propio Galileo.
No pasó de ser un profesor con apuros económicos, en las universidades de Padua y de Florencia luego. Hubo de discurrir ingenios, incluso militares, como fuente complementaria de ingresos, con menos fortuna que más en sus ventas, la mayoría de las veces. No pudo dar la adecuada dote a sus hijas, que acabaron en un convento. Y, para colmo de mundanas desdichas, por no hacer caso a sus mayores, acabó su vejez condenado a un arresto domiciliario hasta su muerte. ¡Ni su padre llegó a sospechar tamaños peligros de la desobediencia!
Desoyó los sabios consejos que por el buen camino habían de conducirlo, pero gracias a ello es el padre de la física moderna y, mejor todavía, estuvo satisfecho de su vida y de sí mismo.
Eppur si muove, cuentan que masculló por lo bajo tras abjurar ante la Inquisición. Y sin embargo soy feliz, sería la traducción de su vida.