Hay
otra España donde el altruismo y el empleo de la razón permiten ver
lo público y entender que ha de cuidarse con mayor esmero que lo
mío, porque su perjuicio es el de cientos, miles, millones y no
solamente el propio. Capaz de mirar más allá de la ramplonería de
mi clan y sus reducidos horizontes, elevándose sobre la ceguera
mezquina del nepotismo y la cofradía, para aspirar a la mejora de
quien tiene enfrente, de su vecino, y hasta de quien ni siquiera
conoce pero sabe que es persona. Una España que emplea su razón de
manera crítica para alumbrar la realidad que nos rodea y ser capaz
de responder a sus demandas, en vez de emplearla como mero
instrumento del egoísmo.
He
visto gentes implicadas en asociaciones de vecinos, culturales, de
ocio, deportivas... Todas ellas hijas del trabajo constante y
desinteresado de unos ciudadanos que han luchado por ofrecer
alternativas de mejora a su entorno, conscientes de la necesidad
social de su labor y de que si no eran ellos, nadie iba a realizarla.
Y este ha sido su principal premio, la satisfacción de haber creado
comunidad.
Quienes
se dedican a los demás mediante bancos de tiempo, sabedores de los
vacíos y abandonos generados por la sociedad presente y de las
consecuencias destructivas que presentan para la misma sociedad.
Tiempo balsámico para regenerar las heridas de un tejido social
deteriorado por el egoísmo organizado y potenciado desde el poder.
Quienes
están dispuestos a poner en peligro su empleo y su tranquilidad por
negarse a colaborar con leyes y prácticas injustas, como los
bomberos que no quieren participar en desahucios abusivos, los
manifestantes pacíficos y sinceros, que llaman a las injusticias por
su nombre, o los objetores fiscales ante ciertos impuestos.
Quienes
se comprometen con el barro de la política activa, aun suponiendo
que su pago va a ser la calumnia, la difamación y los apaños
“legales” para hundirlos. Estos hombres demuestran que la gestión
de lo público puede realizarse según los dictados de la razón, la
cual va más allá del nepotismo, el egoísmo económico y el
narcisismo del poder.
Si
dejamos vencer al egoísmo, tendremos una España que será, según
la época y sus condicionantes, conservadora o nacionalista -del
centro o de la periferia- o de derechas. Si dejamos vencer al
altruismo, tendremos una España, progresista o internacionalista o
de izquierdas. La primera, siempre individualista, tribal, irracional
y contradictoria; la segunda, constructora de lo común,
supranacionalista, racional y coherente. Estoy hablando de los
extremos ideales, entre los cuales siempre transitan las concreciones
de lo real y sus grados.
Ser
español depende de la pura casualidad de haber nacido en un lugar y
época concretos, lo cual ningún mérito aporta a nadie, pero ser de
una de las dos Españas es bien diferente, y depende de la
responsabilidad de cada uno, por condicionada que esté.