La última curva, larga y pronunciada, ocultó la breve chopera con sus cigarras. El camino ascendía despacio y paramos, callados, a contemplar el ocaso.
Todo zumbido de insectos cesó por un instante, ningún pájaro cantaba al resguardo de su nido, el viento del atardecer no se había alzado.
Nada se oía, y entonces escuchamos el silencio.