El
dolor ante lo pasado, ante nuestro pasado, suele resultar frecuente,
y también que ese dolor sea arrepentimiento. Este fenómeno
recurrente que atenaza nuestra vida hunde su raíz en la cualidad
temporal de cada uno de nuestros actos: su carácter primúltimo.
Toda acción que llevamos a cabo es, forzosamente, primera y última.
Todo instante, nos recuerda Vladimir Jankélévitch empleando un
neologismo, es semelfáctico.
Cada instante es un hapax. Dos adverbios temporales, "semel" en latín
y "hapax" en griego, que señalan una
sola vez.
Mas
si todo acto humano es así, ¿cuál es el elemento incurable por la
acción del tiempo? ¿Qué se ha añadido al devenir para generar el
remordimiento?
No
se trata de la acción libre
de la cual yo soy autor. Ni la cosa hecha que tal acción generó, la
cual a veces se puede reparar, y siempre es desgastada por el
envejecimiento. Es el hecho mismo de la acción la causa de todo
dolor, porque el haber hecho resulta irrevocable y cada instante es
un hapax sin marcha atrás posible.
Y
este es el mecanismo que opera en esta trampa del tiempo, o de
nuestra conciencia temporal.