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8 de abril de 2022

Enseñanzas del presente

 


El tema de la IX Olimpiada de Filosofía de Aragón que ahora se cierra es “transhumanismo ¿mejora o fin de la especie humana?” Cientos de alumnos y sus profesores, como aprendices de filósofos que somos -siempre se es aprendiz de filósofo si uno se esfuerza un poco- debemos estar atentos al presente con los oídos abiertos para escuchar sus enseñanzas.

Quiero detenerme en dos sucesos nos han enseñado no poco. El primero es la pandemia causada por el covid-19, que nos ha mostrado lo inseguro e incierto de todo futuro, especialmente del que damos por supuesto sin enterarnos de ello siquiera, por eso mismo resulta básico en el día a día. El que está constituido por lo que Ortega llamó creencias. Pero también nos ha enseñado el valor de la resistencia, la paciencia y el empeño, necesarias para no hundirse y poder llevar adelante lo que las circunstancias parecen querer arruinar. Así, por ejemplo, en dos mil veinte a pesar del confinamiento celebramos la VII Olimpiada, y el dos mil veintiuno la VIII, aunque hubo de hacerse completamente virtual.

El segundo suceso del presente es la invasión rusa de Ucrania, con el recrudecimiento de la larvada guerra ruso-ucraniana iniciada en el dos mil catorce. Esta invasión muestra a las claras lo engañosas que siempre son las apariencias, pues lo que se predecía como una rápida invasión está durando ya más de mes y medio durante el cual el león ha sido incapaz de cazar al ratón. La causa de esta sorpresa en buena parte está en el poder de la convicción, de los ideales, frente a la inercia de la obligación y el miedo. También enseña que la muerte puede encararse sin miedo al estar al servicio de un ideal.

Traslademos estas lecciones a la temática del transhumanismo, cuya espina dorsal se articula buscando la mejora de la especie humana mediante la tecnología. De entrada hay que preguntarse ¿en qué consiste mejorar la especie? Pues la respuesta decide cualquier acción transhumanista que, de lo contrario, son palos de ciego. ¿Se trata de vivir más años?, ¿de evitar enfermedades?, en suma, ¿de evitar la muerte?

Guerra y pandemia nos dicen, alto y claro, que lo previsto siempre es incierto y provisional, que lo mecánico no tiene más fuerza que la decisión, el empeño, la fe en ideales y valores. Enseñan que la muerte es sorpresiva e inevitable, pero adquiere sentido gracias a la vida, y si esta consiste en huir de la muerte, le estamos regalando la partida. Y que el mayor sufrimiento de la especie humana es causado siempre por el propio ser humano.

Estemos atentos al presente, los ojos y oídos bien abiertos, para escuchar lo que nos enseña, pues solamente así podremos construir un futuro pleno de sentido.

24 de abril de 2020

Creencias y cuarentena



Me he dado cuenta que nadie habla de Ortega, de nuestro Ortega, estos días de cuarentena, y me resulta extraño, pues estamos comprobando en nuestras propias carnes la distinción que hizo entre ideas y creencias. Hace ya ochenta años se publicó la obra (Ideas y creencias), en la que diferencia las ideas humanas según la función que en nuestra vida desempeñan: unas se nos ocurren y en otras nos apoyamos para vivir sin darnos cuenta. Podemos llamarlas ideas-ocurrencia o ideas a secas e ideas-creencia o simplemente creencias. La cuarentena que habitamos confirma esta distinción, la cual a su vez, puede iluminar comportamientos y estados emocionales que afloran en ella, es decir, puede ser herramienta de comprensión del presente.

Señala Ortega que tanto ideas como creencias pertenecen al ámbito cognoscitivo, aunque se diferencian en dos aspectos: la función que desempeñan en la vida humana y el nivel de conciencia que tenemos de ellas. De las ideas somos conscientes, las pensamos, las explicitamos, las discutimos y nos sirven para entender la realidad; de las creencias no tenemos conciencia teórica porque están implícitas, nos pasan desapercibidas, y sin embargo son plenamente efectivas en nuestro actuar. Por ello, nos dice, tenemos ideas pero vivimos en las creencias. Uno puede pensar la diferencia entre el libre mercado y la economía dirigida, si las medidas higiénicas benefician la salud, cómo inscribir un triángulo en un círculo, ... puede discutir sobre ello, pedir consejo, aprender y cambiar de opinión. Nada nos pasaría sin haberlo pensado o habiendo pensado algo distinto, porque se trata de ideas conscientes. Sin embargo, no pensamos que al abrir la puerta el pasillo seguirá al otro lado, ni que al llamar a un amigo por teléfono nos va a responder, o que al beber un vino bueno y familiar nuestro paladar se va a deleitar y sin embargo actuamos con todo ello en la cabeza. Lo damos por sentado de manera inconsciente, es decir, no pienso que al abrir la puerta habrá pasillo pero la abro y salgo confiado de la habitación, sin miedo a caerme al vacío. Frente a las ideas, que han cambiado varias veces, las creencias otorgan estabilidad y permanencia a mi vida, que sería bien distinta a como es ahora sin ellas, pues nacemos, nos construimos y pensamos a partir de ellas. Por eso nos dice Ortega que la máxima eficacia sobre nuestro comportamiento reside en las implicaciones latentes de nuestra actividad intelectual, en todo aquello con que contamos y en que, de puro contar con ello, no pensamos.

Esta función puede esclarecerse a la luz de las ideas de otro pensador madrileño, Luis Cencillo: nuestra especie carece de instintos y regulaciones biológicas que determinen su manera de comportarse, pensar, sentir y vivir, como sucede en las demás. En consecuencia, necesita aprender patrones de conducta y sistemas de referencia que orienten la vida, y es ahí donde encontramos el sentido y la función vital de las creencias, las cuales son tan radicalísimas que se confunden para nosotros con la realidad misma. Cencillo, desarrollando amplia y certeramente lo que Ortega había inaugurado, llamó a esta falta de raíces en nuestra especie desfondamiento.

El momento presente, con la cuarentena aplicada para frenar la pandemia del dos mil veinte, nos brinda la ocasión de tomar conciencia de nuestras creencias, desde las más simples (como el cotidiano paseo vespertino, el acudir a nuestro trabajo habitualmente, saludar con dos besos o compartir un pedazo de comida), hasta las más densas, aquellas que constituían nuestras necesidades, las que eran motores de arrastre del día a día, y las que eran telos que atraía el rodar de la existencia cotidiana y sus tensiones.

Explica también la desorientación que sufrimos: gran parte de aquello con lo que contábamos inconscientemente para vivir, se nos ha negado. La realidad ha quedado tan lastrada al faltar las rutinas que otorgaban buena parte del sentido de la existencia, sin que hubiéramos caído en la cuenta, que ahora resulta irreal. Por eso la mayoría de nosotros actuamos como si de un paréntesis se tratara, de una extraña y onírica suspensión momentánea de la vida, esa vida que se confunde con nuestras creencias.

La diferencia nos ofrece también un instrumento de análisis para comprender los resortes que mueven a una época, la nuestra, los cuales se encuentran en sus creencias y no en sus ideas. Algo similar ocurre con la jerarquía de valores de una persona o una sociedad, desvelada por sus acciones y no por sus declaraciones. Instrumento eficaz para entender el profundo motor del transcurrir histórico de las sociedades, que a diferencia de los hechos nunca queda registrado en los libros de historia. Como nos dice Ortega: ¿Se entrevé ya el enorme error cometido al querer aclarar la vida de un hombre o una época por su ideario...? ...fijar el inventario de las cosas con que se cuenta, sería, de verdad, construir la historia, esclarecer la vida desde su subsuelo.

Aprovechar esta ocasión y dejar aflorar nuestras creencias, tomar conciencia de ellas, de su papel y sus posibilidades de cambio, depende de cada uno … y de su circunstancia.

8 de septiembre de 2019

La Vida, esa señora


“La vida lo pondrá en su sitio”, “La vida pone a cada uno en su lugar”. ¿Quién no ha escuchado estas frases a quien toma una decisión que evita un aparente perjuicio para alguien? Por ejemplo, para un alumno al cual hay que evaluar negativamente, sobre todo si esa calificación implica repetir curso. El razonamiento resulta convincente: la vida es una señora estricta y justa a quién tarde o temprano todos hemos de enfrentarnos, ¿quién soy yo para apropiarme de su labor? Como ventajas añadidas, la vida está facilitando mis obligaciones presentes, evitándome problemas de conciencia, e incluso librándome de trastornos burocrático-administrativos (como una reclamación).
Gracias a la señora Vida puedo ir a mi casa satisfecho y conciliar un sueño tranquilo. ¡Todo es miel sobre hojuelas! Lástima que el menor roce sufrido por esta plácida superficie me descubre una realidad muy otra: no existe tal señora, como tampoco el sitio de cada uno.
Para empezar, resulta que la señora Vida ni habita en ninguna parte, ni pasea por nuestras calles porque no es nadie sino una proyección. La vida es un sustantivo nacido de un verbo que expresa una acción, la de vivir, la cual todos llevamos a cabo desde el nacimiento hasta la muerte, y esta sí que es nuestra realidad, como nos mostró Ortega y Gasset. Vivimos y en nuestro vivir aparecen un sinfín de otras personas que hacen lo mismo, de modo que nuestros vivires se cruzan y entrelazan. Además de personas también estructuras sociales, jurídicas y administrativas forman parte de nuestras vivencias y condicionan nuestro vivir. Esa realidad es la que sustantivizamos llamándola vida y, si nos descuidamos, un animismo infantil nos empuja a personalizarla y atribuirle ciertas cualidades idealizadas, de modo que nuestro vivir con sus obligaciones resulta mucho más cómodo, además de inconsciente.
Algunas de estas circunstancias nos exigen tomar decisiones y asumir obligaciones que no siempre son cómodas ni nos resultan agradables. Ante ello, Sartre planteaba dos modos fundamentales de optar: la mala fe y la autenticidad. El primero no ha de confundirse con la mentira, no se trata de que seamos hipócritas y echemos el incómodo muerto a esa pobre señora llamada Vida, no, se trata de autoengaño. Un sutil mecanismo de nuestra psique para aliviar la carga de unas obligaciones inseparables del trabajo al cual nos dedicamos libre y voluntariamente. Del mismo modo que vivir en una ciudad con servicios de agua, vertidos, alumbrado público... es inseparable de pagar unos impuestos para mantenerlos, el trabajo de profesor en nuestra sociedad, entre otras cosas, lleva consigo tanto el enseñar como el juzgar si los alumnos han aprendido, es decir, evaluar.

Hemos de asumir nuestra libertad y sus obligaciones, con todos los dolores y quebraderos que pueda implicar, no sólo con sus ventajas, o dedicarnos a otra cosa, si queremos llevar una existencia auténtica.
Para continuar, tampoco existe el sitio de cada cual en el que la vida, tarde o temprano, lo situará. Este razonamiento esconde la confianza en un destino preestablecido, con la consiguiente liberación de responsabilidades y preocupaciones por mi parte.
Vivimos y, es decir el vivir construye el futuro tanto como es hijo de nuestra historia. Mis decisiones, en las que están otros implicados, repercuten en ellos y construyen el que será su sitio junto a sus decisiones. Todas ellas están condicionadas por lo que he vivido, en lo cual aparecieron tanto mis decisiones como las de otros que formaban parte de mi vivir, de mi circunstancia. De manera que entre pasado y futuro, nuestro tiempo es nuestro destino, nos sigue enseñando Ortega. Amar nuestro tiempo, arrostrar nuestra circunstancia, esta es la tarea ética que nos va construyendo en un sentido u otro, que va construyendo nuestro sitio y el de quienes nos rodean.
Cada uno de nosotros somos la vida, esa extraña señora, y hemos de poner en su sitio lo que nos corresponde y a quién nos corresponde, ni más, ni menos. Decía también Ortega que la vida es el conjunto de las circunstancias, bien, pues formamos parte de las circunstancias de nuestros alumnos, para lo fácil y para lo difícil. Lo mismo que formamos parte,¡voluntariamente!, de poner en su sitio el valor de unas titulaciones que capacitan para realizar ciertos estudios y trabajos. No es propio de un profesor auténtico devaluar titulaciones regalándolas de modo arbitrario, por muy buena que sea la intención con que lo hagamos. Deberíamos hablar más de Ortega y Gasset, también a nuestros alumnos.

25 de septiembre de 2017

Pueblos y afectos

J. Álvarez Junco, historiador, señala que la democracia -se refiere a la de los actuales Estados de Derecho- da por sentada una cuestión previa decisiva, la definición del demos, del pueblo que la compone. Lejos de ser racionales, los motivos en los que ese demos se fundamenta son los lazos afectivos, los sentimientos. Razón no le falta, porque es la historia y sus extraños avatares la que ha generado los presentes pueblos, las actuales naciones -si lo preferimos-.
Tradición que nos hace sentir como propios, amables y entrañables, unos modos de vida que no han de ser los mejores, ni siquiera racionales, ni razonables en muchas ocasiones, pero el hombre, como decía Ortega, tiene historia, no naturaleza, y menos naturaleza racional -añadamos-
Es el lazo emocional surgido de la tradición el fundamento de nuestras identidades grupales, incluso en mayor medida que la lengua, porque esta puede ser compartida por tradiciones diferentes y aun enfrentadas y porque se convierte en nuestra madre por un uso nacido, justamente, de la tradición.
Todos los nacionalismos sin excepción, nacen del sentimiento, no de la razón, y esto es inevitable; premisa con la cual hemos de practicar el juego político y democrático.
El sentimiento de lo español, es decir nuestra identidad grupal, desde finales del siglo XIX, al menos, es la historia de una familia con dos ramas enfrentadas. La terrible dictadura franquista agudizó estos sentimientos divergentes respecto a lo español y propició, por rebote, los sentimientos de identificación con otras identidades nacionales alternativas. Nuestra modélica transición en vez de buscar una nueva identidad como pueblo, echó más leña al fuego del enfrentamiento y hemos seguido en esta línea política los últimos cuarenta años. ¿Quién puede identificar como parte de su mismo pueblo a los herederos directos de los rectores de la dictadura? ¿Quién puede asumir como propios unos símbolos que monopolizó durante cuarenta años? Este camino ha conducido a una identidad del pueblo español necesariamente débil.
No contenta con ello, la modélica transición procedió a realizar una irracional estructuración de nuestro estado en un sistema autonómico tan desigual como desigualador: Navarra y País Vasco, con sus fueros y las ventajosas posibilidades que otorgan, componen las regiones de categoría extra. Cataluña y Galicia a las que desde el principio se les reconoció su nacionalidad y Andalucía, enseguida sumada a ellas, componen la categoría primera. El resto son de segunda, excepto Canarias, Ceuta y Melilla que escapan a esta clasificación. ¡Demasiados años ha resistido la situación sin explotar por algún sitio! (No tengo en cuenta las vías violentas, ya que estaban condenadas al fracaso en un contexto democrático).
Necesitamos inteligencia emocional para gestionar unos afectos presentes y operantes. Ignorarlos o recurrir a mecanismos de defensa, como la racionalización, tan sólo conducen a situaciones como la presente. Y hemos de ejercerla desde abajo, desde el pueblo, base de la convivencia organizada. Mientras no enfrentemos las emociones colectivas para construir, apoyándonos en lo común, seguiremos a merced de unos políticos que las encaran con la torpeza y miopía característica del mentiroso, que busca su provecho inmediato.

15 de septiembre de 2014

Tiempo de verano

Es tiempo, aún, es tiempo de verano. No porque lo diga el calendario, ni los astrónomos, sino el sol y las tardes dilatadas con un transcurrir estático, las noches pesadas y los mosquitos acechantes.

El medio que nos envuelve, que forma parte nuestra como nosotros parte suya, es quien determina nuestro transcurrir, incluso el temporal. Se ha insistido sobrada y acertadamente en nuestra dimensión temporal, desde el genial Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia 1889 y Materia y memoria 1896, el tiempo se liberó del dominio de la ciencia física y la espacialización a que estaba sometido, para formar parte de lo que somos. Bergson nos plantea la durée como una dimensión constituyente del humano. No son pocos los pensadores y los literatos que han cruzado esta puerta a lo largo del pasado siglo.

Sin embargo, la dimensión espacial ha permanecido olvidada por la mayor parte de los pensadores. Hora es ya de ocuparnos de ella y en el pensamiento en español (o en riojano, si se prefiere -aunque los castellanos se quejen-) encontramos puertas entreabiertas desde hace bastante tiempo. Así, J.L. Molinuevo lleva tiempo apuntando en esta dimensión y un clásico como es Ortega ya en 1914 nos decía:

« Mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o el campo de Ontígola. Este sector de realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: sólo al través de él puedo integrarme y ser plenamente yo mismo. […] la ciencia biológica más reciente estudia el organismo vivo como una unidad compuesta del cuerpo y su medio particular: de modo que el proceso vital no consiste sólo en una adaptación del cuerpo a su medio, sino también en la adaptación del medio a su cuerpo. Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.» 
                                              Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote

No sólo es tiempo, sino espacio de verano.

10 de marzo de 2012

El rey prudente

Es el apodo de Felipe II, el rey que cerró las universidades españolas a profesores venidos de fuera y prohibió la salida, al menos con retorno, a los de su católico reino. La misma suerte decretó para los estudiantes universitarios de las Españas. Sus arrebatos de prudencia iniciaron lo que Ortega y Gasset llamó la tibetización de la ciencia y el saber españoles.
Pero seamos positivos, estas políticas fueron dando su fruto: el Spain is different, que tanto atraía a los aventureros del norte y centro de Europa en el siglo XIX. Obras como Carmen reflejan la atracción de nuestro retraso, convertido en temperamental. Las dictaduras del siglo XX, especialmente la franquista, acabaron de consagrar este exotismo, este arrebatador primitivismo, que tan irresistible les resultaba a las nórdicas. Desde entonces el turismo no ha dejado de dar beneficios, especialmente económicos. Y nuestras autoridades del siglo XXI parecen empeñadas en continuar con esta prudente tradición. No es de extrañar la constante fuga de cerebros padecida en nuestro país. Por eso, Unamuno se equivocó con su conocido "que inventen ellos", debía haber dicho, más bien, "que inventen fuera, aunque sean de aquí".
Los investigadores se están quejando, una vez más, y recogen firmas. La inversión en investigación aquí nunca ha estado a la altura de la media europea, pero desde 2007 no ha parado de disminuir, año tras año, y temen lo que ahora se les viene encima.
No podemos desvincular la investigación de la formación universitaria, ni esta de la secundaria y esta, a su vez, de la primaria. Toda la educación española recibe una inversión bastante por debajo de la media europea.
Pero seamos positivos: para trabajar en un hotel, en un chiringuito o vendiendo recuerdos, el exotismo y el retraso nos hacen más competitivos.
¿Inventar?, ¿gastar dinero en educación? ¡que lo hagan los de fuera! Los buenos lacayos son siempre los más ignorantes. Es lo más prudente.