Solemos
admitir que el olfato es un sentido ligado a lo emocional, y la
vista, por contra, ligada a lo racional. Y lo hacemos por inercia, la
misma que nos tiene desacostumbrados a razonar la información
olfativa, a expresarla de modo claro siquiera, mientras nos hace
olvidar que la información visual no sólo es racional, o
racionalizable, sino también emocional. Simplemente, recordemos el
papel jugado por los colores que nos rodean en nuestros estados
anímicos.
En el
proceso de adaptación al medio de nuestra especie, resultaron muy
eficaces la vista y el oído, la primera relacionada con la postura
erguida, el segundo como parte imprescindible en el manejo simbólico
de la realidad, mediante la lengua hablada. Tal vez sea esta la razón
por la que el resto de nuestros sentidos ha pasado a un segundo
plano.
La luz
ha sido modelo, metáfora privilegiada empleada en religión,
filosofía, poesía, arte y ciencias, como ha sido objeto de estudio
científico. El sonido, que permite la música, y con ella la danza,
ocupa un segundo lugar tanto en su empleo, como en su estudio. Nada de
ello sucede con olfato, gusto y tacto, los grandes olvidados, fuera
de su uso en la cultura cotidiana. Incluso seguimos manteniendo la
vieja división aristotélica que los considera tres, aunque gusto y
olfato están estrechamente enlazados, luego podrían ser tomados
como uno, y el tacto, en cambio, que registra desde placer y dolor
hasta temperatura, pasando por texturas y presiones, sigue
considerándose uno.
Es
esta falta de costumbre en su estudio lo que torna este trío en
sentidos emocionales. Al carecer de término adecuados, de teorías
construidas en torno suyo, o porque estas son muy jóvenes y todavía
no han calado en los usos ordinarios de nuestras lenguas, quedan
envueltos en un halo de irracionalización que resalta su aspecto
emocional. Por contra, la abundancia de teorización, y con ella de
palabras, alrededor de vista y oído nos hacen olvidar su poder de
generación emocional, especialmente respecto a la primera. -¡Ay! una
vez más el lenguaje como madre de nuestro mundo- Tan informativo y
racional puede resultar uno de ellos como cualquiera del resto, lo
mismo que emocionales son todos.
Se ha
interpretado el pasaje de la magdalena de Swann desde su dimensión
temporal, atentos al poder de la evocación sensorial sobre nuestra
memoria y su capacidad de trasladarnos a otro tiempo, acompañados de
un fuerte e imprevisto estado emocional. Se ha descuidado, sin
embargo, la casa gris, la plaza, las calles y la ciudad entera,
reaparecidos de pronto ante él, es decir, la detallada información
espacial, tan necesaria como la temporal. Ligadas ambas en una
memoria tan emocional como informativa, tan resultado del tiempo
vivido, como de los espacios donde se vivió.
« … me llevé a los labios una cucharada de té en el que había
echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel
trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija
mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un
placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo
causaba. … En
cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que
mi tía me daba … la vieja casa gris con fachada a la calle, donde
estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al
pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se
había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado
lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la
casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en
todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las
calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos
cuando hacía buen tiempo ... y Combray entero y sus alrededores … »
Proust, Por el camino de Swann