Película independiente
del director estadounidense Craig Zobel, estrenada este mismo año.
Magnífico ejemplo de buen cine, que no precisa fuertes inversiones,
ni efectos especiales, ni las dichositas gafas del 3 D (¡no las
soporto!). Película humilde pero imprescindible, tanto por lo
narrado, y el buen pulso con que lo hace, como por las necesarias
reflexiones que despierta.
Os invito a ver la
película, como me invitó mi cinéfilo amigo Jiménez Liste
-gracias, Alberto- Puede verse de modo legal y gratuito mediante
internet.
Al verla sufrí la
tentación de dudar de su veracidad, porque resulta molesto pensar
que los humanos seamos tan ingenuos, tan sumisos y a la par tan
crueles y entregados al abuso. He buscado en la web y, en efecto, la
película parte de sucesos ocurridos en EE UU, algunos han llegado a
los tribunales.
En seguida vino a mi
cabeza el experimento de Milgram (inspirado en las alegaciones de
Eichman al ser juzgado en Jerusalén) sobre la obediencia y la
autoridad, con sus inquietantes conclusiones. Y el experimento de la
cárcel de Stanford, que también versa sobre la autoridad, su
legitimación, sus excesos y la necesaria obediencia.
Sin embargo, quiero
apuntar más allá, hacia una interpretación desde las reglas del
juego político mismo y la reciprocidad implicada en el contrato
social, soporte teórico de las actuales democracias.
La situación presente
del ciudadano de a pie de España, Grecia, Portugal, Italia, es la
posición ocupada por la víctima de la película, una joven
trabajadora de una cadena de amburgueserías (sin H). Ha de someterse a la
autoridad hasta límites que en condiciones normales no toleraría,
como nos está sucediendo a los ciudadanos bajo el shock de la
crisis.
Por otra parte, nuestros
políticos son los representantes circunstanciales de la autoridad,
el mismo papel que en la película desempeña el novio de la
encargada de la hamburguesería. No les tiembla el pulso al aplicar
medidas que ni siquiera se han atrevido a insinuar en sus programas
electorales, amparados en la excusa de la necesidad y las condiciones
exigidas por un superior externo.
El equivalente de la
encargada está en los políticos de la unión europea y las
autoridades monetarias. Los demás empleados de la hamburguesería
corresponden con los ciudadanos de los países que, al menos de
momento, no tienen nuestros problemas económicos. Lo cual no quiere
decir que estén libres de sufrirlos en un futuro próximo, pasando
en tal caso de colaboradores pasivos a nuevas víctimas.
Por último, el verdadero
protagonista de la película, quien ha urdido la situación, serían
los poderes económicos que, en la sombra y sin arriesgar lo más
mínimo, salen beneficiados del turbio asunto.
No olvidemos que se trata
de una realidad donde es necesaria la colaboración de todos los
actores implicados, víctimas incluidas, para que el abuso y la
victimización se produzca. Pero los teóricos del contrato social,
como Locke, dicen explícitamente que si el gobernante incumple lo
pactado, el contrato queda roto y el ciudadano sin obligación alguna
ante él. Y esta es la situación presente, de la cual no acabamos de
tomar conciencia, ni de la necesaria desobediencia civil que debe
seguirla. La inercia psicológica, la desorientación sembrada por
los medios de comunicación y por los propios victimarios, así como
el abuso de autoridad con el fin de sembrar el miedo y paralizar la
respuesta, están actuando como mordaza, de momento. Pero el juego,
como en la película, acabará destapándose.