Comenzamos a ser nómadas cuando
nuestras posaderas se acostumbraron a sentarse, día tras día, en la
misma piedra, en el mismo ribazo, contemplando el mismo horizonte,
que se hizo paisaje, familiar a fuerza de repetirse. Comodidad y
costumbre provocaron el espejismo de la seguridad y la permanencia.
El hábito, con su imperceptible mecanismo, nos hizo amarlo unido a
cuanto alcanzaba nuestra vista. Pero igualmente despertó la rutina y
fue avivando, en silencio, el deseo de horizontes nunca vistos. El
miedo visceral ante la noche, la incomodidad de una cama improvisada,
el camino inexistente abierto ante nosotros, son anhelos que modelan
un sentimiento: nostalgia de provisoriedad.
La nostalgia no siempre es generada por
la pérdida, a veces nace del deseo imposible e indeterminado y
otras, como esta, es hija del olvido. Lo provisorio nunca ha dejado
de acompañarnos, forma parte de nuestra condición. Por eso la
ceguera del sedentarismo es consecuencia de la hibris, a la que ella
misma nos empuja. Recordar nuestra condición nómada y abrazarla es
antídoto contra la arrogancia desmedida, contra la amnesia que
comenzó por la querencia miope de nuestras posaderas.
Hay una canción de Franco Battiato, que no se aleja de esta
reflexión y que ha sido su fuente. Os dejo con un video de la
primera vez que la cantó: