Suelen ser agradables las
noches de lluvia, y aunque la tormenta furiosa nos despierte, cerrar
las ventanas, comprobar que el agua no cala nuestra tienda de campaña
y la tibieza de una manta, vuelven a traernos resguardo y sueño.
De mañana la lluvia
puede interrumpir, desbaratar planes, ser saludada o detestada
acelerando el paso, pero no logra borrarnos la alegría. Lluvia que
se abre al sol, aunque no se asome tras ella.
La lluvia de tarde se
cierra siempre, y si el sol brilla tras un chaparrón, no es capaz de
secar el alma, empapada para el resto del día.
Las tardes de lluvia
huelen a niñez, pueblo y tristeza.