La obra de Freud sigue siendo valiosa
explicación de la personalidad humana y su realización cultural en
que habitamos, probablemente la mayor construida hasta el momento.
Ofrece una visión integral donde encajan estructuras, mecanismos y
conductas, explicados con una visión integral y coherente. Sigue
conteniendo, además de gran fuerza explicativa, un interesante
potencial transformador del presente.
En poco tiempo he encontrado dos
sugerentes aproximaciones a este pensador y su época, la primera
desde el cine, “Un método peligroso” de Cronenberg, la cual
recomiendo sin reserva. Completa la clásica “Freud, pasión
secreta” de John Huston y la divertidísima “Inconscientes” de
Joaquín Oristrell. La segunda desde la literatura, “La
interpretación del asesinato” de Jed Rubenfeld, que ahora acabo de leer.
No hay rastro de poesía en sus más de
500 páginas, ni tan siquiera una novela bien escrita, pero sí una
estupenda aproximación al psicoanálisis y los tropiezos exteriores
e interiores que encontró a principios del siglo XX. Partiendo del
viaje de Freud, acompañado por Jung, a los Estados Unidos de América
en 1909, Rubenfeld construye una fantasía criminal a caballo entre
la novela histórica y la divulgación científica.
Además de Jung, el discípulo
predilecto que acabará trasnformado en Judas, desfilan como
personajes Abrahan Brill, Sandor Ferenczi o Ernest Jones, componiendo
el cuadro de las tensiones surgidas entre sus discípulos y
seguidores, aún en vida del propio Freud. Si bien, son tratados con
mayor detalle los problemas y obstáculos con que el psicoanálisais
se encontró en la sociedad victoriana de preguerra, tan cuidadosa de
las apariencias y formalismos, como asidua a las perversiones
ocultas. Son estas las que sirven de eje que permite articular el
panorama social y a la vez exponer una cuestión fundamental de la
obra freudiana, como es el complejo de Edipo. Y serán las teorías
del maestro las que permitan resolver el misterioso asesinato,
vergonzante flor de lo escondido bajo la alfombra.
Quiero destacar que la novela puede
hacer gala de honradez, con un apéndice al final donde deslinda los
personajes, hechos y lugares históricos, por un lado y los que son
ficción, por otro. Valioso ejemplo para muchas que se presentan como
“históricas”.