Los
años me muestran la facilidad que algunas personas presentan para
enturbiar los logros y acciones de los demás, así como las
relaciones enriquecedoras. Casi nadie practica el mal a idea y
ninguno somos perfecto, de manera que en cualquier acción realizada,
o cualquier idea propuesta, podemos descubrir errores, olvidos,
consecuencias y riesgos desafortunados. La persona tóxica agranda,
distorsiona y se regodea con estos aspectos indeseados en lugar de
ayudar a subsanarlos o a evitarlos. Toda respuesta sincera y toda
explicación inocente que le ofrezcamos, será rápidamente
transformada en madera para un fuego que no alumbra sino mal humor,
disgusto y bloqueo momentáneo en quienes sufrimos su embestida. La
persona tóxica abre heridas y, lejos de ayudar a que cicatricen,
mete un dedo, otro más y la mano completa, si se lo permitimos,
corrompiendo lo que podía haberse resuelto con facilidad.
No
todas son iguales, encontramos dos tipos, cuando menos: quienes son
tóxicas para los cercanos, y más cuanto más próximos sean. Con
frecuencia obedecen a un impulso autopunitivo indirecto, que produce
sufrimiento en los seres queridos para así provocarlo en uno mismo,
impidiendo toda relación positiva, o bloqueándola cuando se está
generando. El segundo es el de aquellas personas que, sin tener una
confianza ni una relación especial, se entrometen al hilo de las
múltiples actividades sociales, en las cuales es inevitable contar
con un público, unos compañeros, vecinos, alumnos… Generalmente,
no es el placer de fastidiar, el sadismo, el móvil de su acción,
sino la necesidad de recibir atención, aunque sea la del enfado o el
desprecio (tan miserable puede ser nuestra condición, que preferimos
ser maltratados antes que ignorados) y así afirmar se inestable
personalidad.
Hoy
las nuevas tics ofrecen un cauce a este segundo grupo, son los
tóxicos digitales. Con frecuencia se entrometen en contextos ajenos
para generar acres discusiones con sus críticas, siempre
destructivas. Aprovechando, por ejemplo, que un amigo común nos ha
hecho un comentario en una red social, desembarcan distraídamente en
la conversación y derraman su ponzoñoso discurso. Han de servirse
de estos trucos porque, tras padecerlos una vez, dos si somos más
pacientes, todos los abandonamos para evitar su veneno. Suelen ser
hábiles, aparentando una mera discrepancia, ante la cual quien los
desconoce, o quien incautamente no es capaz de contenerse ese día,
responde, y ¡ya está mordido el anzuelo! Sus respuestas van
creciendo exponencialmente en profusión y agresión.
Nadie
hace el mal a idea, salvo los malvados de cierto cine y los dibujados
por toda moral fanática del “conmigo o contra mí”, tampoco las
personas tóxicas. Necesitan descargar su agresividad generando nueva
agresividad a su alrededor; y cuanto mayor sea esta, más se
desahogan y afirman su inseguro ego. Afectivamente desconocen otros
modos, por ello a nivel racional están convencidos de su recto
proceder. Lo malo son los nocivos efectos que generan a su alrededor,
las aguas limpias que enturbian y los inútiles disgustos que
ofrecen.