El mar es fuego, sonido el uno y visión el otro, aunque ambos puedan escucharse y verse. Inconfundible a pesar de las irrepetibles diferencias con que se nos ofrece. Siempre cambiante y siempre el mismo.
Cerca de la orilla, en parajes apenas manchados por el ruido humano, abrazado por el fuego del sol cierro los ojos y desaparezco, para renacer más joven y más viejo a la vez.
Creo comprender a Heráclito, aunque el quisiera decir, ¿qué importa?, otra cosa.
Para las almas la muerte es convertirse en agua; para el agua la muerte es convertirse en tierra. Pero de la tierra proviene el agua, y del agua el alma.