Los códigos penales siempre vienen a
posteriori, a remolque de los delitos que ponen en juego el statu quo
social y el poder establecido.
La alternativa entre reinsertar y castigar no es otra que la alternativa entre
Sócrates o la estaca, entre enseñar la virtud, es decir, educar a
los ciudadanos o el tu la haces, tu la pagas. Sócrates exige
inversión y preocupación por el ciudadano desde su infancia; políticas
sociales y económicas que frenen la desigualdad y suplan
desestructuraciones familiares. La estaca es más barata de entrada,
parece más firme y justiciera, pero tiene resultados
contraproducentes: una vez saldada mi deuda con la sociedad estoy en
paz y puedo emprender un nuevo endeudamiento, el secreto del éxito
está en que no me pillen.
Una sociedad, incluidas sus leyes, no
puede apoyarse en la desigualdad de sus ciudadanos y a la par
pregonarles que la felicidad se compra, porque sus desfavorecidos
quedarán automáticamente tentados para lograr el dinero que se les
niega. ¿Quién no va a querer ser feliz?
Lo confirman paises como Estados Unidos de
América, donde la delincuencia es galopante y las cárceles están
saturadas, a pesar de su estaca equipada con cadena perpetua y pena de muerte.
Los códigos no previenen la
delincuencia, tan sólo permiten juzgar y castigar. Es precisa una
labor educadora del estado cuya eficacia no sólo depende del dinero
invertido, sino también del comportamiento de nuestros nuestros
poderes, tanto de los cargos electos como de los magistrados. No lo
olvidemos, los valores se aprenden ante todo mediante el ejemplo. La ley misma ha de estar regida por una igualdad distributiva real, para ser también ejemplar.