Para Antonio y Pilar
Si la novedad sorprende, y arrastra
cuando no le oponemos reserva, lo ya conocido es pócima que cautiva
cuerpo y espíritu. Lo familiar permite desinhibirse, bajar las
defensas y entregarse a un placer, no por más conocido, menos nuevo.
El concierto de Franco Battiato este
viernes en Burgos, me hizo caer en la cuenta -es lo que tienen los
músicos filósofos-. El comienzo, presentación de su nuevo disco
“Apriti sesamo”, fue impecable. Con unas letras que siguen
siendo, como acostumbra, poesía cotidiana, nos abrió el horizonte
de un Battiato desengañado y realista. “Passacaglia” es eficaz
brújula para este disco. Pasó después a repasar viejos temas, con
los cuales volvimos a la casa de la infancia, y sentados a la mesa
entre aromas familiares, nos rendimos y las lágrimas se asomaron a
nuestros ojos. La versión de “Nómadas” destacaba entre las
cumbres de estos clásicos, parte de nuestra vida, como cualquiera
realidad a la que podamos dar ese nombre.
No fue un concierto al uso, la música
de Battiato tampoco lo es, "cualquier artista que se toma en
serio su obra sabe que es un puente entre la tierra y el cielo"
dijo en una entrevista, y desde su alfombra persa se empeñó en que
lo cruzáramos, ayudado por certeros lazarillos. Todos
ellos magistrales: Simon Tong (guitarra), Andrea Torresani (bajo),
Giordano Colombo (batería), Angelo Privitera (teclados y
programaciones), el espléndido Nuovo Quartetto Italiano (violines,
viola y chelo) y el soberbio pianista Carlo Guaitoli, al cual los
críticos musicales de nuestro país, tal vez por eso mismo, no han
prestado atención, ocupados en destacar, tan sólo, la presencia del
guitarrista.
El
concierto se alargó y llegó la medianoche, con la fecha de su 68
cumpleaños y el regalo de esta fiesta donde, como corresponde,
Franco era el celebrante y nosotros sus agradecidos invitados.
¡Apriti sesamo! y la magia de quien resulta cada vez más, incluso
en su aspecto, un maestro tan serio como divertido, nos introdujo
en la cueva de la olvidada belleza.