Desde
que el rey de las Españas abdicó la corona, el debate sobre
monarquía o república vuelve a estar al rojo. A pesar de toda la
propaganda monárquica de los medios de comunicación y partidos
continuistas. Las críticas contra los defensores de la república, e
incluso contra quienes piden una consulta popular al respecto,
revelan con claridad oscuras intenciones. Especialmente las que
provienen de partidos y personas que se llaman de izquierda. (¡Por
cierto! el PSOE tenía aquí una ocasión llovida del cielo para
recuperar votos por ese lado, pero parece más que cegado por pactos
previos. Será que a sus instalados mandatarios no les da frio ni
calor el suicidio que este partido está llevando a cabo). Estas
críticas se pueden condensar en la siguiente: cambiar monarquía por
república es algo folclórico que entusiasma al personal pero deja
todo como está respecto a la corrupción, el descrédito de los
políticos, el funcionamiento económico …
¡Y es
cierto! pero propongo verlo desde otro ángulo:
prolongar
nuestro sistema monárquico coronando un sucesor, es el mayor símbolo
de inmovilismo y perpetuación del estado de hecho. La inequívoca
expresión de la apuesta por una sociedad de castas, desde la real
hasta la financiera, pasando por la política.
La prisa
de los partidos mayoritarios, de la casa real, de la iglesia y de
diversos grupos de poder, para cambiar la ley sucesoria y aplicarla
de inmediato, revela un plan que prolonga la ruinosa fachada
democrática de nuestro postfranquismo.
Así las
cosas, no podemos sino repudiar este símbolo y lo que simboliza.