La vuelta siempre es costosa. Se
conjuga eso que los psicólogos llaman resistencia al cambio, con la
perspectiva de los meses iguales, pautados por obligaciones, horarios
rígidos, y prisa, una constante sensación de prisa. Se une a ello
la insoportable vida urbana, a la que uno acaba, como a todo,
acostumbrándose. Sin embargo, al volver de un entorno rural vemos
claramente que, a pesar de ser obra nuestra, carece de medida humana.
En estos primeros días, lo que más me molesta es ese continuo ruido
mecánico que nunca cesa, ni siquiera de noche, penetrando insomne
oídos y pensamientos. Esa atmósfera pesada, mezcla de tubos de escape,
aires acondicionados y fábricas, que hiere la nariz y ensucia el
alma. Esa continua alerta, tan inútil como necesaria, para caminar
por la calle sin riesgo, incluso al ir a comprar el pan.
Y me pregunto ¿cómo me he dejado
engañar?, ¿a qué espero ...?
Se que me entendéis, porque casi todos
vamos metiendo la vida sin darnos cuenta, incluso sin quererlo, por
callejones de los que resulta muy complicado salir.
Como cantaba Battiato, se quiere otra
vida
Pongo esta versión italiana, que es demasiado rápida, porque las españolas (y las otras italianas también) van cargadas de imágenes insoportablemente relamidas. Pero recomiendo ponerla en español y mirar otra cosa mientras la escucháis.