Vivimos dentro de un traje de buzo, es nuestro modo de habitar lo existente, de ser lo que somos.
Es la cultura, un enorme preservativo que, a pesar de su gran finura en ciertas zonas, impide el contacto directo con el exterior, necesario y básico.
Periódicamente debemos salir de la escafandra y posar nuestros pies desnudos sobre el suelo en que, indirectamente, nos apoyamos.
Contacto más nutriente cuanto más inesperado: la noche estrellada al salir de casa; un paseo en el que, de pronto, estamos solos; el olor de los pinos o de las higueras cuando no están a la vista, de la tierra mojada cuando no hay tormenta; los pies sorprendidos por el agua de la orilla; y, sobre todo, el mar. Sonido rítmico pero siempre distinto, inmensidad inabarcable, continuos cambios de color y forma, olor a sal, espuma, metal y algas.
Si no se espera lo inesperado, no se lo hallará, dado lo inhallable y difícil de acceder que es. Heráclito