24 de abril de 2020

Creencias y cuarentena



Me he dado cuenta que nadie habla de Ortega, de nuestro Ortega, estos días de cuarentena, y me resulta extraño, pues estamos comprobando en nuestras propias carnes la distinción que hizo entre ideas y creencias. Hace ya ochenta años se publicó la obra (Ideas y creencias), en la que diferencia las ideas humanas según la función que en nuestra vida desempeñan: unas se nos ocurren y en otras nos apoyamos para vivir sin darnos cuenta. Podemos llamarlas ideas-ocurrencia o ideas a secas e ideas-creencia o simplemente creencias. La cuarentena que habitamos confirma esta distinción, la cual a su vez, puede iluminar comportamientos y estados emocionales que afloran en ella, es decir, puede ser herramienta de comprensión del presente.

Señala Ortega que tanto ideas como creencias pertenecen al ámbito cognoscitivo, aunque se diferencian en dos aspectos: la función que desempeñan en la vida humana y el nivel de conciencia que tenemos de ellas. De las ideas somos conscientes, las pensamos, las explicitamos, las discutimos y nos sirven para entender la realidad; de las creencias no tenemos conciencia teórica porque están implícitas, nos pasan desapercibidas, y sin embargo son plenamente efectivas en nuestro actuar. Por ello, nos dice, tenemos ideas pero vivimos en las creencias. Uno puede pensar la diferencia entre el libre mercado y la economía dirigida, si las medidas higiénicas benefician la salud, cómo inscribir un triángulo en un círculo, ... puede discutir sobre ello, pedir consejo, aprender y cambiar de opinión. Nada nos pasaría sin haberlo pensado o habiendo pensado algo distinto, porque se trata de ideas conscientes. Sin embargo, no pensamos que al abrir la puerta el pasillo seguirá al otro lado, ni que al llamar a un amigo por teléfono nos va a responder, o que al beber un vino bueno y familiar nuestro paladar se va a deleitar y sin embargo actuamos con todo ello en la cabeza. Lo damos por sentado de manera inconsciente, es decir, no pienso que al abrir la puerta habrá pasillo pero la abro y salgo confiado de la habitación, sin miedo a caerme al vacío. Frente a las ideas, que han cambiado varias veces, las creencias otorgan estabilidad y permanencia a mi vida, que sería bien distinta a como es ahora sin ellas, pues nacemos, nos construimos y pensamos a partir de ellas. Por eso nos dice Ortega que la máxima eficacia sobre nuestro comportamiento reside en las implicaciones latentes de nuestra actividad intelectual, en todo aquello con que contamos y en que, de puro contar con ello, no pensamos.

Esta función puede esclarecerse a la luz de las ideas de otro pensador madrileño, Luis Cencillo: nuestra especie carece de instintos y regulaciones biológicas que determinen su manera de comportarse, pensar, sentir y vivir, como sucede en las demás. En consecuencia, necesita aprender patrones de conducta y sistemas de referencia que orienten la vida, y es ahí donde encontramos el sentido y la función vital de las creencias, las cuales son tan radicalísimas que se confunden para nosotros con la realidad misma. Cencillo, desarrollando amplia y certeramente lo que Ortega había inaugurado, llamó a esta falta de raíces en nuestra especie desfondamiento.

El momento presente, con la cuarentena aplicada para frenar la pandemia del dos mil veinte, nos brinda la ocasión de tomar conciencia de nuestras creencias, desde las más simples (como el cotidiano paseo vespertino, el acudir a nuestro trabajo habitualmente, saludar con dos besos o compartir un pedazo de comida), hasta las más densas, aquellas que constituían nuestras necesidades, las que eran motores de arrastre del día a día, y las que eran telos que atraía el rodar de la existencia cotidiana y sus tensiones.

Explica también la desorientación que sufrimos: gran parte de aquello con lo que contábamos inconscientemente para vivir, se nos ha negado. La realidad ha quedado tan lastrada al faltar las rutinas que otorgaban buena parte del sentido de la existencia, sin que hubiéramos caído en la cuenta, que ahora resulta irreal. Por eso la mayoría de nosotros actuamos como si de un paréntesis se tratara, de una extraña y onírica suspensión momentánea de la vida, esa vida que se confunde con nuestras creencias.

La diferencia nos ofrece también un instrumento de análisis para comprender los resortes que mueven a una época, la nuestra, los cuales se encuentran en sus creencias y no en sus ideas. Algo similar ocurre con la jerarquía de valores de una persona o una sociedad, desvelada por sus acciones y no por sus declaraciones. Instrumento eficaz para entender el profundo motor del transcurrir histórico de las sociedades, que a diferencia de los hechos nunca queda registrado en los libros de historia. Como nos dice Ortega: ¿Se entrevé ya el enorme error cometido al querer aclarar la vida de un hombre o una época por su ideario...? ...fijar el inventario de las cosas con que se cuenta, sería, de verdad, construir la historia, esclarecer la vida desde su subsuelo.

Aprovechar esta ocasión y dejar aflorar nuestras creencias, tomar conciencia de ellas, de su papel y sus posibilidades de cambio, depende de cada uno … y de su circunstancia.

4 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Es verdad, "se nos ha negado aquello con lo que contábamos", desdibujándose nuestro mapa de la realidad. Y eso indudablemente causa desorientación y desazón. Pero, precisamente debido al desfondamiento del que habla Cencillo, nuestro poder adaptativo es casi ilimitado y nuevas creencias van amasando el suelo que pisar. Imagino ahora la siguiente situación recreando el mito de la caverna: después de un larguísimo confinamiento, habiéndonos resignado a la idea de vivir enclaustrados, un ciudadano al fin se libera y vuelve a las cavernas a anunciarnos que hay ahí un mundo fuera... ¿Querríamos salir? ¿Nos sentiríamos prisioneros? ¿No nos resistiríamos a abandonar nuestra realidad? Siendo así, podríamos preguntarnos: nuestra condición cuasicarcelaria, ¿depende de condiciones externas o internas a nosotros mismos? ¿Estamos o nos hacemos prisioneros?

M. A. Velasco León dijo...

Desde luego que nos hacemos -interno-, pero inducidos por las condiciones externas. No creo que se puede eliminar ninguno de los dos elementos.
Ortega se nos muestra como un clásico, al mantener su sentido y arrojar luz sobre el hoy. desde su ayer.
Gracias

Robin de los bosques dijo...

No creo que sea tan sencillo tomar conciencia de las creencias porque en otro ritmo y de otra forma, la vida sigue aquí dentro. Nos puede parecer un paréntesis, pero no lo es.
En tanto que la vida sigue aquí dentro, siguen operando las creencias. Por mucho que se desmorone el mundo, quizá sean más sólidas que todos nosotros juntos.
De hecho, me parece que la cotidianidad enclaustrada que llevamos muchas veces se muestra como un esfuerzo denodado por seguir manteniendo esas creencias y no cuestionarnos el suelo que pisamos (por muy necesario que sea y mucho que esto nos haya obligado)
Pero sí, me sorprende que no se traiga más al presente a Ortega, no ahora, sino siempre.
Aunque se desvíe del tema, al hilo de lo que decías del paréntesis, me he acordado de un poema de Karmelo Iribarren que dice:
"Verás,
es muy sencillo:
los lunes
martes
miércoles
jueves
viernes
sonn la vida.
Los sábados
No son más
que una efímera
ilusión.
Y los domingos
nos sirven
para encajar
bien
todo eso"

Habrá que ver si esto es un largo domingo o una semana que nunca acaba.

M. A. Velasco León dijo...

Veremos, lo que está claro es que no es un sábado. Muy bueno el poema y no se desvía del tema, es un paso más.
Llevas razón, estamos intentando hacer como que no pasa, intentando que las creencias sigan intactas. Los psicólogos lo llaman resistencia al cambio. Son apoyos en los rituales y manías que transitoriamente aplacan al inconsciente y que no pueden desaparecer de golpe si no queremos sufrir demasiado. Decía Cencillo que el humano es el ser capaz de negar, capaz de no ver lo que tiene delante y vivir como si no estuviese ahí, y lo comprobamos a nivel individual y específico. Sin embargo, creo que se están produciendo cambios ineludibles. Ahora bien, no esperes que toda la gente se de cuenta ni lo asuma, para que haya domingos hace falta ser filósofo, no me refiero al sentido profesional -académico decía el viejo Kant- sino al del espíritu, filosófo mundano. La mayoría seguirán entre el lunes y el viernes.
Un abrazo