Un
amigo muy querido vive desde hace tres semanas y pico una historia de
cajas chinas. Cuando el gobierno anunció el actual encierro,
inmediatamente cayó en la cuenta de la muerte segura que esperaba al
animal si era abandonado a su enjaulada suerte, una paloma blanca,
protagonista del humilde laboratorio psicológico puesto en marcha
por él mismo este curso. Liberarla hubiese sido tan cruel como
abandonarla, nunca conoció la libertad y tamaña sobredosis, así,
de pronto, seguro acababa con ella.
Ahora
tiene recluida en su casa la paloma en una jaula, pero también tiene
la caja de Skinner con la que estaba condicionándola para
diferenciar incluso cuadros de distintos artistas.
La
caja de Skinner es prisión encajada en la jaula; jaula encajada en
su casa; casa encajada en el miedo al enemigo exterior.
Nadie
viendo la primera sospecha el contenido de su interior, nadie sabe
que su casa es un ejercicio práctico metacognitivo , un
metaencierro.
Por
las noches, mi amigo en su balcón y la paloma en su jaula, se
sospechan solos en una interminable matrioshka, en un mundo oscuro,
apenas desvelado por mortecinas estrellas.
4 comentarios:
Y de todas la peor es la última caja, la que no se ve.
Me ha parecido una idea genial la del metaencierro. Buenísima.
Látima que la paloma no pueda seguir aprendiendo a reconocer pintores. Lo que seguro que aprenderá es a ponerse la mascarilla, lavarse las patas y guardar dos metros de distancia mental.
Es la caja omnipresente, la que nadie vemos y todos padecemos.
Creo que la paloma está progresando en su aprendizaje pictórico.
Gracias por leerme.
Tan omnipresente que el narrador (y el lector) no puede sino interpretar desde su propia condición de encerrado. ¿O acaso vería lo mismo una paloma que de fuera se posara o un lunático que ajeno a todo pasara por ahí? Muy buena metáfora.
No, necesariamente no vería lo mismo. Ahora, quiza la cuestión sea si pudiese sentir lo mismo, si pudiese, al menos, aproximarse.
"sino yo, triste cuitado que habito en esta prisión...
sino por una avecilla que me cantaba al albor..."
El avecilla no podía ver desde el interior, pero su canto era vida para el prisionero del romance.
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