No
me gustan los auriculares, ni los cascos de ningún tipo, grandes ni
pequeños, con cables o sin ellos. Será otra de mis viejunas manías,
que ya van siendo varias, pero me desasosiegan y despiertan sospechas
sobre la integridad de mi conciencia, sobre su impura pureza, en el
original sentido de puro, sin mezcla, sin partes o ingredientes.
Cuando
los sonidos me llegan de fuera son bienvenidos, o no, pero son
diferentes de mí mismo. Hay una distancia nítida porque hay
encuentro, contacto, con todo lo que implica de bueno y malo, de
deseado e indeseado.
Bien
distinto me parecen si están dentro, tengo ya bastante con mi propia
voz interior, esa que teje interminables monólogos dialogados por
los cuales me distrae hasta los cerros de Úbeda. La que a veces, de
puro insistente, me despierta de madrugada. La que me hace
reconsiderar acciones y no cesa de recordarme, pesadamente, las que
nunca llegaron a ser. La misma que, muy de cuando en vez, insufla
aire en mi ego.
Me
basta con mi impura pureza, no quiero más mezcla, sólo me faltaba
introducir máquinas, instrumentos musicales, coros, solistas,
conversaciones ajenas, y lo peor de todo, voces invasoras. Digan lo
que digan, siempre lo harán gritando distorsionadamente, como por un
megáfono.
4 comentarios:
Vete acostumbrando.
Ya estoy acostumbrado, aunque creo que nos referimos a distintas costumbres.
Voces invasoras, que "introduciendo lo ilimitado en la escena del mundo" (Jorge Alemán)llegarán a lo más íntimo; y que me trae, al leerte, un sueño de hace unos años:
"Escucho un fuerte ruido entrecortado. El ruido forma parte de mí, o soy yo que está a punto de desaparecer. Comienzo a distanciarme y veo, aliviado, que el ruido procede de mi televisor. Me distancio más y compruebo, ya relajado, que procede de un viejo televisor..."
De nuevo, en la distancia comienza la libertad...
Gracias
¡Una de tus estupendos sueños!
Sí, la libertad requiere distancia y la más estricta prisión es la interior.
Salud
Publicar un comentario