Recuerdo haber leído
con alguna de mis hijas un libro infantil en él que una madre,
cuando sus hijos no se portaban bien o no querían hacer sus tareas,
los amenazaba con un terrible “o si no …”
- Haz tu cama, o si no …
- Cómete la verdura, o
si no …
- Cepíllate los dientes,
o si no …
Lo cierto es que, leído
como padre, el cuento era un tentador manual que me ofrecía el
ejemplo de una astuta madre, tan eficaz como cruel al tratar a sus
hijos. En cambio, supuse, para un niño que lo leyese por su cuenta
era una fuente de alivio, al comprobar que su madre lo amenazaba con
castigos conocidos, casi siempre los mismos, a diferencia de la
malvada del cuento.
La madre no les decía
lo qué vendría después, no desvelaba nunca la consecuencia del
incumplimiento, lo dejaba abierto. Ahí, justamente, radicaba lo
temible de su amenaza y lo eficaz de la misma.
La inconcreción de las
consecuencias hacía brotar en sus hijos los miedos más ocultos, los
fantasmas más temidos, los castigos más detestados, proyectándolos
de golpe hacia el futuro próximo, que se tornaba constante fuente de
angustia.
Así me siento,
temeroso ante los más oscuros y tronantes nubarrones. Dábamos por
sentado un futuro con todos sus imponderables, naturalmente, que
siguen estando presentes, pero a ellos se suma ahora una insondable
incertidumbre. Mis viejas creencias se descomponen, las he puesto
entre paréntesis, y no puedo imaginar el, hasta ahora, predecible
rumbo del mundo.
Los efectos temibles de
esta pandemia, como los miedos del niño, no salen de la nada, en
realidad ya estaban ahí, pero ocultos, sometidos al amistoso
transcurrir de lo esperable. El paisaje que esperaba encontrar al
levantar la vista se ha cubierto por la niebla, no puedo ver más
allá. Es la irrupción de lo inesperado, no de lo imposible, ni de
lo imprevisible, sino de lo inesperado, la fuente constante de mi
actual miedo.
No puedo correr hasta
mi madre, deshacer mis ojos en su regazo, mostrarle un sincero
arrepentimiento. El daño ya está hecho. Solo queda buscar cuál ha
sido la desobediencia, para tratar de no seguir repitiéndola, si es
posible todavía.
6 comentarios:
Mirado con ingenuidad, mirando cerca del génesis, quien escuchaba y narraba aquel cuento lo hacía, también, movido por el deseo, por un deseo de reencontrarse con sus miedos más profundos, más íntimos. Quizá el anhelo de lo íntimo, de encontrarte en intimidad, aunque sea recogiéndote con lo inesperado, sea el anhelo más humano. Gracias por este regalo.
Sí, en el fondo no somos más que anelos, deseos espectantes encarados al mañana pero siempre desde nuestro ayer. Por eso si el mañana se eclipsa surge irremisible el miedo.
Gracias por tu comentario.
Comparto tus temores pero creo que no debemos subestimar la capacidad de salir adelante. Sé que eso no será suficiente por si mismo, porque la época que tenemos ante nosotros no se parece a nada, pero los seres humanos tenemos una asombrosa tenacidad para perseverar en la existencia. Tenacidad suficiente para pelear y salir adelante.
Hace años cuando me quedé en paro en plena crisis económica pude experimentar que cualquier futuro que me hubieran vendido, jamás sería para mí pese a haber cumplido con mis obligaciones escrupulosamente (idiomas, licenciatura, máster). Mucha gente de mi generación quedamos a la deriva durante mucho más tiempo del que nadie debería aguantar, y como dices en el artículo, ni de lejos podíamos pensar en un futuro así. El mundo se nos quebró de raíz, todo lo que creímos era mentira.
No creo que el miedo a naufragar se nos vaya nunca, pero tampoco la conciencia de haber aprendido a nadar en unas aguas muy revueltas.
Vienen tiempos más oscuro, queda agarrarnos muy fuerte como sociedad y aprender a remar juntos.
Perdona la extensión del comentario, pero has tocado en uno de mis núcleos vitales.
Nada tiene de malo tu extensión, Robin. Menos aún después de haberla leido.
Me gustaría ver tan clara como tú capacidad del humano para saber nadar y para nadar de la mano de otros compañeros de especie. Intentaré hacerte caso, ya has sufrido la falta de futuro de la Gran Recesión.
Gracias por tus palabras.
Lo de remar junto con otros en los tiempos que corren lo veo comolicado. Es lo deseable, quizás el único camino, pero casi imposible. Hemos aprendido a ser átomos y a salvar cada uno sus propios muebles hasta dejar de ser una sociedad. Ahora sólo queda hambre de comunión (creo que hablabas de ello en una entrada del blog).
Si te digo la verdad, de una u otra forma nos abrimos camino, el problema es de qué forma y qué camino... El futuro que se gesta me parece mucho más negro que el de la última crisis.
Estoy contigo, y sí, hambre de comunión, sin ella no hay sociedad y sin sociedad no seremos. Veremos si este deseo da lugar a nuevos senderos que dejen atrás los del individualismo disolvedor.
Salud
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