12 de abril de 2020

Redes de dos caras

 Estos días encerrados las redes sociales están siendo tabla de salvación para más de uno, a punto de ahogarse entre las paredes de su casa transformada en piscina profunda, casi abisal. ¿Qué hubiese sido de nosotros, de una parte del trabajo, de la educación, sin ellas?
¡Benditas redes! que conectan y enlazan personas distantes, saltando por sus nudos trenzados con impulsos eléctricos.
Y sin embargo, no puedo evitar ver su otra cara, la de la red que atrapa, bloquea y de la cual es imposible liberarse a no ser que la cortes.
Más allá de los efectos producidos por las redes sociales, como la saturación que nos genera tamaño exceso de información, y en consecuencia la desinformación práctica producida. No hay quien fije la atención en medio de un torbellino de datos donde los últimos van sentando groseramente sus posaderas sobre los anteriores, sin otro ánimo que sobresalir, pero como el movimiento es incesante, ocupar la cúspide es, a la fuerza, un momento tan efímero como necesario. No busquemos otro criterio para establecer una jerarquía, las noticias falsas son seguidas por cabales artículos de opinión, noticias actuales o trasnochadas -pero con la urgencia de quien cree haber descubierto América hace un rato-, ingeniosos montajes, nuevos artículos que opinan lo contrario de los anteriores, imágenes divertidas, otras de pésimo gusto, videos ocurrentes, otros lacrimógenos, y los peores sin duda, los de gatitos. Todos atropellados en el mismo grupo, pero ¿quién tiene un solo grupo de wasape? Así que elevemos potencialmente este tropel antedicho. Si Santos Discépolo, hace casi cien años, cantaba al siglo veinte por ser cambalache que todo lo revolvía en un sinsentido, ¡qué tango no nos regalaría ahora!
Más allá de sus efectos, quería decir, no me gustan, ni wasap, ni tuiter, ni instagran. Serán manías que el encierro hace aflorar, pero, os lo confieso, soy oral y lo he sido siempre, cuando menos, desde que mis recuerdos alcanzan.
Los correos en cambio, ahí acertaron con el nombre, son como las cartas postales pero sin el placer de chupar y fijar el sello con cuidado en el sobre, y sin sus aromas tan diferentes: el que tenían las de los fumadores y las de quienes se habían perfumado antes de escribir, el de los sobres naranjas o el de aquellos con doble papel -el interior gris oscuro- que celosamente preservaban su contenido, y el aroma acre de los de luto, con su ribete continuo de tinta negra.

Los correos quería decir, sí que me gustan, porque son conversación escrita cuando la presencia resulta imposible. Conversación diferida en la cual la espera supone un elemento imprescindible, que no entenderá quien se haya habituado a la actual exigencia de inmediatez a la que nos someten las redes. La espera supone una actitud paciente, un grado de incertidumbre junto a otro de esperanza y la simpar alegría de la llegada. Mitigado, desde luego, pues el tiempo del proceso mecánico y humano desde el buzón, pasando por la estafeta, los trenes … hasta el cartero con su robusta cartera de cuero al costado, se ha sustituido por impulsos eléctricos desde una máquina hasta otra, pero afortunadamente la mayoría de la gente mira el correo tan sólo una vez al día o incluso menos.
Amo la voz, sus inflexiones, su timbre, su variable volumen, sus dobleces disimuladas y las intencionadas, sus problemas de dicción -tan entrañables-, sus muletillas amigas, y sus silencios, sus poderosos silencios. Algo de ello queda en los correos, pero nada encuentro en las redes, empapadas de la sequedad de la imagen, del vacío de los videos y la frialdad de los artículos. Amo la voz viva, esa que, yo no se si será por miedo, es una proscrita en las redes sociales, que empujan a dejar el teléfono sin sonido de llamada, no vaya a colarse y las enrede.

4 comentarios:

clara dijo...

Amo al que habla, me da igual si es por whatssap, teléfono, vídeo conferencia o correo. Las redes me aproximan otras esferas, índoles, aunque prefiera la del directo, intimo y privado. La carísima y prohibida hoy en día, distancia corta.

David Porcel Dieste dijo...

Una gran reflexión, que mira al pasado para proyectarse al futuro. Sí, las redes son un arma de doble filo, o de filo único, y muy afilado. Tu entrada me parece que apunta a una filosofía de la cultura, que todavía no es perdida, pero que ya muchos no reconocen. Mis felicitaciones.

M. A. Velasco León dijo...

Las distancias cortas habladas son magníficas, coincidimos. Incluso cuando las palabras callan.
Gracias

M. A. Velasco León dijo...

Esperemos que no se pierda lo importante, aunque nos apenen, y mucho, aspectos anecdóticos de lo perdido.
Gracias, David, por frecuentar este viejo espacio.