Desde la segunda semana
del estado de alarma con su reclusión domiciliaria, se ha hecho
habitual en los medios de comunicación el discurso de la ocasión
propicia y la bondad oculta: esta situación nos está enseñando
mucho, es el momento para volverse sobre uno mismo, conocer nuestro
interior, ser creativos, llevar a la práctica propósitos que hemos
ido aparcando por falta de tiempo (y que pueden realizarse en casa,
claro); en suma, nos va a hacer mejores y saldremos reforzados de
ella.
¡Mentira!, ¡es todo mentira!
Ingenuidad infundada, postureo hipócrita, fomento simplón del
buenismo, bálsamo lenitivo para conciencias enclaustradas y contagio
de buenas intenciones condenadas a marchitarse, como las del año
nuevo. Que cada uno se sirva a discreción la mentira más de su
gusto.
Si el paso del tiempo,
por sí mismo, no tiene la facultad de mejorar a nadie, las
situaciones extraordinarias, como esta, tampoco. Cuando menos a
partir de cierta edad. Tampoco pueden enseñar, ni un poco siquiera,
se precisa algo más, algo previo. Platón nos mostró, por boca de
Diotima, que quien no cree estar falto de nada ¿cómo va a desear lo
que no cree necesitar?, lo mismo que quien ya cree poseerlo. Nadie
aprende sin actitud para hacerlo, sin la humildad necesaria para
comprender, a la par, la lejanía de cuanto nos envuelve y la
posibilidad de caminar hacia ello.
Quienes no saben, no
pueden, o no quieren dejar de mirar al exterior, nunca se van a
volcar en sí mismos. Viven en la sombra de la exterioridad deseada,
muy lejos del interior. Son presos pegados a los barrotes, esperando
con ansia el momento en que sean derribados. Con el añadido de que
lo deseado, cuanto más se difiere, más se va cargando de ilusiones
y recuerdos adulterados, más se va idealizando.
Tampoco busca creencias
nuevas quien confía recuperar las que tiene, y entiende el presente
como paréntesis desafortunado para volver al pasado, al más de lo
mismo. Ya pasó con la crisis del dos mil ocho, solo los dispuestos a
aprender, los que ya estaban comprometidos con sus prójimos y
algunos de los más afectados, aprendieron y emprendieron caminos
nuevos.
Camus nos mostró de
manera magistral en La peste, como las situaciones límites sacan a
la luz lo que ya está oculto en cada uno de nosotros, y también que no
cambian sino a quien está dispuesto a hacerlo, a quien ya cambiaba y
aprendía con los sucesos pequeños, incluso con los cotidianos.
Cuando la balanza se
encuentra equilibrada, de modo frágil la mayor parte de las veces,
un empujón, un golpe brusco como este, desencadena la inclinación
hacia el lado que ni uno mismo sospechaba y se acaba siendo villano de barrio o héroe de
andar por casa. Sólo cuando la circunstancia así
lo quiere unos pocos de estos serán recordados por sus acciones nobles.
Hay que acercarse a los
más jóvenes, a los adolescentes y sobre todo a los niños, para encontrar las
huellas profundas de estos días, pero esta ya es cuestión distinta.
6 comentarios:
En efecto, la situación no basta para producir transformaciones. El confinamiento no es una lavadora que te limpie por dentro y por fuera. Como tan bien dices, quien se escucha a sí mismo es porque ya quiere ser otro. Enorme tu reflexión.
No me acuerdo quién decía eso de que "quien viaja cambia de cielo pero no de alma". Pues eso, como muy bien dices, esto no nos está metamorfoseando, no es la revolución hacia una mejor humanidad.
Sospecho que el discurso del buenismo es tanto más feroz y machacón cuando más hostil es la realidad.
Por cierto, me encanta la foto que apoya al texto :)
Un abrazo.
Muy gráfica David la imagen de la lavadora, todos girando encerrados dentro pero se nos permite ver el exterior tras la ventana circular.
Gracias por tus palabras.
Robin, no se de quién es la frase pero es muy hermosa. Y muy acertada tu puntualiación sibre la aplicación del buenismo.
La foto no es mía, la he buscado en la red.
Un abrazo
Llevas mucha razón. Y no te preocupes que nadie va a pensar que la foto es tuya.
Jajajajaja!!! Soy muy fan de la Vieja del visillo.
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