6 de octubre de 2019

Palabras y relatos: mundos.

Nuestra especie adapta el medio no ya a sus necesidades sino a sus fantasías. El hombre se podría definir como el viviente práxico y puede ser práxico porque es un animal hermenéutico y a su vez es animal hermenéutico (o sea, animal capaz de interpretar) porque es capaz de construir sistemas de referencia indefinidamente, que constituyen el fundamento de su razón Luis Cencillo



Si mito significa relato, narración, y logos palabra, conversación, si ambos se refieren al habla y la consiguiente narratividad humana, ¿cómo va a existir oposición entre ellos? Si señalan construcciones hermanas, hijas ambas de la misma capacidad específica: el lenguaje.

La realidad cobra forma para nosotros, del mismo modo que también la cobra el propio humano, porque el lenguaje es, ante todo, constructor de nuestra realidad y de nosotros mismos. Por lo cual, definirlo como un sistema de signos o como un vehículo de expresión y comunicación, resulta una simplificación grotesca. Claro que el lenguaje da lugar a sistemas sígnicos, a lenguas (o idiomas) que permiten articular la expresión para un grupo humano concreto, pero ante todo construye al humano mismo y lo que éste considera real. En tal sentido podemos considerarlo la mediación entre nuestra especie y su entorno.

Filogenéticamente, cuando una constelación de estímulos, diferenciada de otras y repetida varias veces, resultó investida simbólicamente, surgió el significado por primera vez para el humano, y con él surgió el mismo humano. Sin duda este fue el momento fundacional de nuestra especie, en el cual aparecen por primera vez tanto el objeto como una incipiente lengua, ambas gracias al primer uso de esa singular capacidad a la cual llamamos lenguaje. Traspasado el umbral, la acción humana -la praxis- se hizo construcción de cultura en una progresión exponenciada, cuya meta no es otra que construir un mundo. Un lugar donde surge el sentido, tanto del constructor como de lo construido y de la propia labor de construir, dialécticamente entremezclados los tres. Tomando la expresión de Cencillo, se trata de dar raíz a la intimidad desfondada que somos.

Al aumentar las agrupaciones de estímulos colonizadas por la palabra estas fueron, a su vez, constelándose entre sí para dar lugar a una totalidad. En cualquier lengua un sonido que compone una palabra, una palabra, una expresión o una frase, son imposibles aisladamente, el todo lógico-sintáctico y semántico está gravitando en cada una de ellas. De otro modo resultaría imposible el proceso de la significación y, en consecuencia, el de la construcción de cualquier relato con sentido. Comenzamos a ver por qué los relatos míticos eran inevitables, puesto que al aparecer el significado, necesita estar organizado en un todo presente para la conciencia del humano, la cual ascendió a un nivel imposible para el resto de los seres que permanecieron presos de la inmediatez de los estímulos.

No es un disparate suponer que el mito, siempre ligado a la acción ritual, es tan antiguo como las más antiguas lenguas humanas.

2 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Estupenda entrada. Aportas muchas ideas sugerentes sobre uno de los grandes problemas de la filosofía. Estaremos atentos a tus conclusiones. Gracias por compartirlas.

M. A. Velasco León dijo...

No se si habrá grandes conclusiones, seguramente no, pero seguiremos avanzando. Gracias a tí por prestarme atención.
Salud