8 de septiembre de 2017

El encanto de los viajes



Antonio Azorín, un pequeño filósofo, nos confiesa:
“Vamos a partir; la diligencia está presta. ¿Adónde vamos? No lo sé; este es el mayor encanto de los viajes...
Yo no he podido ver una diligencia a punto de partir sin sentir vivos deseos de montar en ella; no he podido ver un barco enfilando la boca del puerto sin experimentar el ansia de hallarme en él, colocado en la proa, frente a la inmensidad desconocida.
Vamos a partir. ¿Adónde vamos? No lo sé; este es el mayor placer de los viajes...”
Y, sin embargo, el viaje da miedo. Un miedo velado que aflora como inquietud infundada, comezón en las vísceras y una multiplicada lentitud en los preparativos. La maleta nunca está completa; a punto de cerrarla recordamos un objeto necesario o una ropa conveniente que debemos meter. La abrimos otra vez y recolocamos su contenido para adecuar los nuevos ocupantes o para desalojar los que, en ese momento, nos parecen superfluos. Cuando -¡por fin!- vamos con prisa hacia el tren o el autobús, surgen las decisiones equivocadas: ir caminando con un tiempo tan justo; coger taxi con calles cortadas o desvíos por obras; esperar el autobús urbano, que se retrasa ...
Pensaréis: “No quieres viajar”, “Resistencia al cambio, plasmada en el viaje”, “Miedo a lo desconocido”...
No, no es eso; si lo fuese perdería con frecuencia el tren o el autobús, y sólo recuerdo una vez que me haya sucedido esto. Deseo el viaje tanto como lo temo; los retrasos son un juego inconfesado, una apuesta arriesgada que se desea ganar, como toda apuesta, y en la que el inconsciente calcula siempre más certeramente que la conciencia.
Hubiera deseado ser como Antonio Azorín, porque -estoy seguro- sentía gran temor, por eso ocultaba su miedo inconsciente lanzándose de cabeza, para no dar tiempo a sentirlo en sus entrañas.
Hay también, como sucedía a mis padres, el mayor placer en partir rumbo a lo conocido, considerando los viajes algo agradable, sí, pero superfluo; una posibilidad entre las muchas que la vida ofrece, situada muy abajo en su orden de prioridades.
Si el miedo al viaje es miedo a lo desconocido, a la novedad, al cambio, no es menos cierto que el deseo compulsivo de viajar suele esconder miedo al compromiso, al enraizamiento, a enfrentar lo cotidiano.
En occidente ¿quién no viaja hoy por vacaciones?, ¿quién no hace turismo? Mas estos viajes frecuentes del turista esconden, además, miedo al aburrimiento, espantado con la ilusión del cambio, de la aventura. Y, sin embargo, reproducen lo cotidiano en una realidad falsificada, de cartón piedra, en la cual repetir sus costumbres sin dificultad. El turista quiere un cómodo transporte, que le hablen su idioma, que le den sus comidas y bebidas habituales, su confortable habitación, ... En suma, que cambien, por un módico precio, el telón de fondo de su rutinaria cotidianeidad. Sus destinos tampoco son desconocidos, los han visto en folletos, en programas de la tele, se los han recomendado sus conocidos.
¿Dónde queda el encanto inquieto de Antonio Azorín?
Tal vez mis padres no andaban descaminados.

2 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Muy buena entrada. Muy sugerente. Parece el prólogo de una filosofía del viaje, o del camino. Al hilo de ello son muy recomendables "Andar. Una filosofía", de Fréderic Gros; y "Elogio del caminar", de David Le Breton.

Conviene hablar de "vivencias del viaje" más que de viajes, de caminos más que de metas. Las palabras de Antonio Azorín sugieren la figura romántica del aventurero que, desprovisto de "esa pesada carga del yo", no tiene nada que perder y mucho que ganar. Encuentra placer en la vivencia del aquí y ahora, porque es su única realidad. El no saber adonde va es, cada vez, el inicio de un nuevo renacimiento. Vivir renaciendo es su forma de vida. ¿Miedo al enraizamiento o deseo de no echar raíces? El turista, sin embargo, como bien apuntas, es ya un producto, un resultado. Uno no nace siendo turista, sino que te hacen ser turista. La disyuntiva entonces es acomodarse o renunciar al molde, pero sin dejar de estar sujetos a la exhortación a "hacer turismo".

Abrazos

M. A. Velasco León dijo...

Hermosa vida y envidiable la de "vivir renaciendo". Una vida siempre en marcha, siempre surgiendo. Y como dices, en las antípodas del turista.
A tu disposición como prólogo, en tus manos dejo la obra.
Habrá que leer a Gros.
Gracias, por tus palabras.